jueves, 31 de enero de 2013

Tiempo del corazón, Correspondencia Bachmann-Celan

 




Paul Celan a Ingeborg Bachmann, Fráncfort del Meno, 9 de diciembre de 1957

Fráncfort, lunes por la noche

Ingeborg, mi querida Ingeborg:
Después volví a mirar desde el tren, tú también te habías dado la vuelta, pero yo ya estaba demasiado lejos.
Después vino el nudo en la garganta, feroz.
Y luego, cuando volví al compartimento, sucedió algo muy extraño. Fue tan extraño que me entregué, durante todo un trayecto (…)

Entonces: volví al compartimento y tomé tus poemas de la cartera. Para mí fue como ahogarse en lo totalmente claro y transparente.

Cuando levanté la vista, noté que la joven que tenía el asiento de la ventanilla sacaba Akzente, el último número, y comenzaba a hojearlo. Estuvo pasando hojas y hojas, mi mirada, que podía seguir esa hojeada, sabía que vendrían tus poemas y tu nombre. Y vinieron, y la mano que pasaba las hojas se detuvo. Y vi que ya no hojeaba más, que los ojos leían, una y otra vez. Una y otra vez. Me sentí tan agradecido. Luego pensé por un instante que podría tratarse de alguien que te había escuchado en alguno lectura, que te había vito y reconocido.

Y entonces quise saberlo. Y pregunté. Y dije que la de antes era tú.

E invité a la dama —una joven escritora que había llevado un manuscrito a Desh, en Múnich, y que también escribe poemas, según contó— a una taza de café. Y entonces me dijo cuánto te admira.

Estoy seguro de que no dije nada imprudente, Ingeborg, pero ella probablemente ya lo había adivinado, es que fue un acontecimiento para ella.

Luego le regalé mis dos libros de poemas y le pedí que los leyera cuando yo me hubiera bajado del tren.

Era una mujer joven, de unos 35 años, ahora sin duda está al tanto, pero no creo que lo divulgue. Realmente no lo creo. No te enojes, Ingeborg, por favor no te enojes.

Fue tan extraño, tan de nuestro mundo. La persona a la que se lo debo tenía derecho a saber a quién tenía enfrente. Dime algo al respecto, una palabra... ¡por favor! (…)

Tengo que volver a verte, Ingeborg, porque te quiero
Paul

(pp. 88-89)
* * * * *





Ingeborg Bachmann a Paul Celan, Uetikon am See, 5 de agosto de 1959

Mi querido Paul:

Es tanto lo que quiero responderte; empiezo por el final. Como en Roma la cosa iba tan mal, me fui de repente, a Scuol, y luego vi que era lo correcto, y ahora Max [Frisch, entonces su compañero] y yo estamos otra vez en Uetikon.

Me alegra que se hayan visto una vez más, pero ¡cuánto me hubiera gustado estar yo también! Después de ustedes enseguida empezó en gran frío en la Engadina, la encontré ya otoñal, casi invernal, en los pasos había nieve reciente. Pero cuando el tiempo mejore quizás vayamos otra vez por unos días a Sils Maria, y entonces haré el camino que me mencionaste en tu última carta. (…)

(…) Hablas de las concesiones que ya hacemos todos, eso es lo que más me ha afectado porque he tenido muy poco esa sensación con respecto a mí hasta ahora: para mí la concesión empieza con Fránfort1, porque temo hacer algo que jamás quise hacer y ahora estoy buscando una salida. Como es casi imposible cancelarlo, voy a intentar enfrentar el peligro que veo evitando explayarme sobre cuestiones literarias, evitando hablar “sobre”, para no agregar más palabrerío al palabrerío.

(…)

Hoy me llamó el señor Neske, por la colaboración para la edición en homenaje a Heidegger, y tengo que preguntarte algo al respecto porque para mí forma parte de la concesión. Por favor, dame una breve respuesta si puedes, no sé qué hacer. Hace años escribí un trabajo crítico sobre Heidegger, y aunque no le doy importancia a ese ejercicio de aplicación obligatorio, jamás cambié mi postura respecto a Heidegger, su error político sigue estando para mí fuera de toda discusión, también sigo viendo que el punto débil está en su pensamiento, en su obra, y al mismo tiempo también sé, porque realmente conozco su obra, qué importancia y qué nivel tiene esa obra, frente a la cual mi posición nunca será sino crítica. A eso se suma además que si por fin se hace la edición alemana de Wittgenstein, me gustaría hacer la introducción, y en caso de no hacerla será porque temo que mi capacidad no sea suficiente, pero sería una necesidad sincera.

Hace mucho tiempo que sé que me piden una colaboración para el homenaje, y también quería entregarla, me alegró enterarme de que Heidegger conoce mis poemas, pero la vacilación no confesada desde mace meses ahora es confesa. (Si le digo que no a Neske, será sin explicaciones, porque no quisiera un parloteo innecesario, ni ofensas, solamente quisiera comportarme correctamente ante mí misma y preguntarte. Y sobre todo no quisiera confundirte a ti, por tu aceptación, porque no hay un comportamiento esquemáticamente correcto; eso significaría privarnos de toda vitalidad.)

Te vuelvo a escribir pronto. Pienso mucho en ti.
Tuya
Ingeborg.
(pp. 134-137)

* * * * *

Paul Celan a Ingeborg Bachmann, París, 10 de agosto de 1959

No es fácil responder a tus preguntas, pero voy a intentarlo, ahora mismo.

Sobre el homenaje a Heidegger: Neske me escribió hace unos días, la carta tiene una lista adjunta, yo estoy en esa lista sin haber sido consultado, es decir, sin que Neske, a quien hace un año le dije que si me comunicaba primero los nombres de los otros participantes yo también pensaría en una colaboración, haya cumplido su promesa. Es decir que no lo hizo; más bien, yo estoy (y eso tiene sin duda sus razones —bastante baratas—) en esa lista y ahora resulta que debo Mandra mi poema lo antes posible… Ése es entonces el contexto, y ese contexto me da que pensar también en otro sentido. De modo que no voy a mandar nada. Pero así Neske me lo ha hecho fácil, seguramente no por casualidad. Veo también que no está Martin Buber, de quien Neske en su momento me dijo que también había prometido una colaboración. Hasta ahí lo inmediato. Queda Heidegger. Sin duda yo soy el último, tú lo sabes, que puede mirar para otro lado con respecto al discurso del rectorado de Friburgo y algunas cosas más; pero también me digo, sobre todo ahora que tengo mis experiencias sumamente concretas con antinazis tan patentados como Böll o Andersch, que aquel que tiene sus errores atragantados, que no hace como si jamás hubiera fallado, que no disimula la mácula que lleva adherida, es mejor que aquel que se ha instalado en la intachabilidad que mostró en su momento (tengo que preguntarme, y tengo razones para hacerlo: ¿realmente y en todas sus partes fue intachabilidad?) con toda comodidad y lucro, con tanta comodidad que puede permitirse aquí y ahora —claro que sólo “en privado” y no en público, porque eso daña el prestigio, como se sabe— las bajezas más notorias. En otras palabras: puedo decirme que Heidegger tal vez comprendió algunas cosas; veo cuánta infamia hay en un Andersch o un Böll; veo, además, que el señor Schnbel, “por una parte”, escribe un libro sobre Ana Frank y con generosidad insoslayable dona los honorarios de ese libro para no sé qué fines de reparación; y que el mismo señor Schanabel. “por otra parte”, le otorga un premio al señor Von Rezzori por su libro, que sabe presentar (¡en qué contexto!) de un modo tan bonito y tan divertido, y tan chistoso, ¿no?,) todo el antisemitismo “pre-nazi”, vale aclarar (y luego, cuando yo lo reconvengo —¿pero porque tengo que ser tan luego yo cuando se trata de este tema? —, se muestra enormemente vulnerado por la “forma” en la que lo hice).

Esto, mi querida Ingeborg, es lo que veo, es lo que veo hoy.

Y ahora tu lectorado en Fráncfort: yo tenía, tengo —y no estaría bien no decírtelo— verdaderos reparos. Dejando de lado que así el gremio (y no solamente él) “se adorna” con la poesía, por decirlo de algún modo —y perdona, pero es que eso forma parte del pavoneo de Alemania Federal, de esa manera “somos” tan refinados como en Oxford—; dejando de lado que al deleitar el ánimo con el poema (porque se tiene un programa, y de ese programa también forma parte, como todos confirman, también un “tercer canal”) se demuestra perfectamente la “capacidad” de ese ánimo; dejando de lado todo eso (y alguna otra cosa más), no creo para nada que la poética pueda ayudar a la poesía a llegar al lugar hacia el que se puso en marcha bajo nuestros cielos sombríos. Pero, y no es que lo diga porque ya no puedes cancelar todo el asunto, pero: inténtalo de todos modos, hazlo. Algo que tal vez por ahora no ves con total claridad, una pequeña invisibilidad, un tartamudeo ocular ante lo supuestamente clarísimo, te ayudará sin duda a realizar alguna que otra comunicación real. (Observación al margen: yo estoy absolutamente por lo articulado.)

(…)

¡Saluda a Max Frisch!
Tuyo
Paul

¿Vienes a Wuppertal a fines de octubre?

(pp. 137-140)

* * * * * 



 
Paul Celan a Ingeborg Bachmann, París, 12 de noviembre de 1959

Te escribí el 17 de octubre, Ingeborg, te escribí por necesidad. EL 23 de octubre, al no haber recibido todavía ninguna respuesta, le escribí, también por necesidad, a Max Frisch. Después, como la necesidad perduraba, intenté llamarlos por teléfono, varias veces. En vano.

Habías ido —lo supe por los diarios— al encuentro del Grupo 47 y cosechaste un gran éxito con un relato que se llama “Todo”.

Esta mañana llegó tu carta, esta tarde la carta de Max Frisch. Lo que tú me has escrito, Ingeborg, lo sabes.

Lo que Max Frisch me ha escrito también lo sabes.

Sabes también —o más bien: supiste alguna vez— lo que he intentado decir en la “Fuga de la muerte”. Sabes —no, sabías, por eso tengo que recordártelo ahora— que la “Fuga de la muerte” para mí también es lo siguiente: un epitafio y una tumba. Quien escribe sobre la “Fuga de la muerte” lo que el tal Blöcker ha escrito sobre ella, profana las tumbas.

También mi madre tiene sólo esa tumba.

Max Frisch sospecha que soy vanidoso y ambicioso; responde a mi línea de urgencia —sí, no era más que una línea: ¡cuánto creía (insensatamente) poder presuponer— con diversas salidas y conjeturas relativas a distintos problemas del “escritor”, relativas, por ejemplo, a “nuestro comportamiento frente a la crítica literaria en general”. No, aunque supongo que Max Frisch conserva un duplicado de su carta (yo también escribo ahora por duplicado…), tengo que ciar aquí una frase más: “Porque si en su ira llegara a haber aunque más no fuera una chispa de eso / se refiere a los “impulsos de vanidad y de ambición ofendida” /, la invocación de los campos de la muerte sería, me parece, ilícita y monstruosa”. Eso escribe Max Frisch.

Tú, Ingeborg, me ofreces el vano consuelo de mi “fama”.

Por difícil que me resulte, Ingeborg, y me resulta difícil, tengo que pedirte ahora que me escribas, que no me llames, que no me mandes libros; no ahora, no en los próximos meses: por un tiempo largo. Y el mismo pedido le dirijo, por tu intermedio, a Max Frisch. Y, por favor, no me pongan en la situación de tener que devolverles las cartas.

Aunque me vienen a la mente algunas cosas más, no prolongaré esta carta.

Tengo que pensar en mi madre.

Tengo que pensar en Gisèle y en el niño.

¡Te deseo mucha suerte de corazón, Ingeborg! ¡Adiós!

Paul

(pp. 148-149)

* * * * *

Ingeborg Bachmann a Paul Celan, Zúrich, 18 de noviembre de 1959

Mediodía del miércoles

Acaba de llegar tu carta expresa, Paúl, gracias a Dios. Se puede volver a respirar. Ayer traté de escribirle e Gisèle en mi desesperación, la carta está ahí, sin terminar; no quisiera trastornarla, pero sí pedirle ahora encarecidamente a través de ti un sentimiento fraternal, que pueda traducirte mi urgencia, el conflicto, también mi falta de libertad en la carta, que era mala, lo sé, que no podía vivir.

Los últimos días aquí, desde tu carta… Fue espantoso, un tembladeral, al borde de la ruptura, ahora cada uno le ha inferido al otro tantas heridas. Pero no puedo ni debo hablar aquí.

De nosotros tengo que hablar. No puede ser que tú y yo volvamos a desencontrarnos, me destruiría. Dices que ya no estoy contigo sino… ¡en la literatura! Pero, por favor, ¿qué idea descabellada es ésa? Estoy donde estoy siempre, sólo que muchas veces estoy a punto de acobardarme, a punto de derrumbarme por el peso. Aunque sea una sola persona, es difícil cargar con alguien a quien aíslan la autodestrucción y la enfermedad. Tengo que poder más aún, lo sé, y podré.

Voy a escucharte, pero ayúdame tú también escuchándome. Te envío ahora el telegrama con el número y ruego que encontremos las palabras

Ingeborg

(p. 150)

* * * * *




Ingeborg Bachmann a Paul Celan. Zurich, después del 27 de septiembre de 1961, no enviada

Querido Paul,

Hablamos por teléfono hace unos minutos. Pero de todas formas permíteme traar de responder primero a tu carta. No sé si son malentendidos lo que h surgido entre nosotros o algo que requiera una aclaración. Yo lo siento de otra manera: irrupciones de silencio, ausencia de la menor reacción, algo que me vuelve impotente porque solamente puedo plantear conjeturas con las que necesariamente me equivoco, y luego vuelvo a saber de ti, como ahora, a saber lo mal que estás, y sigo tan impotente como en el silencio y no sé cómo salir ni cómo alguna vez podré volver a ser contigo un persona vital y viva. A veces también sé con mucha claridad las razones, algunas cosas, episodios de los peores momentos del año pasado, que no entiendo, que sigo sin entender hasta hoy y que me esfuerzo por olvidar porque no quiero percatarme de ellos, porque no quisiera que los hubieras hecho, dicho, escrito. También ahora quedé otra vez espantada cuando me dijiste por teléfono que tnías que retractarte de algo, en verdad no sé a qué te refieres, pero ya me da miedo otra vez, no tanto porque algo pudiera amargarme como porque percibo cuánto me desanima con respecto a la amistad, en una amistad que vaya más allá de la compasión y de los deseos de que todo cambie para mejor en tu vida. Estos sentimientos me parecen demasiado poco, y también para ti tienen que serlo.

Querido Paul, quizá otra vez éste no sea el momento adecuado para decirte algunas cosas que no son fáciles de decir, peor en verdad no hay momento adecuado, si no ya tendría que haberme resuelto a hacerlo. Creo realmente que la mayor desgracia está en ti mismo. Lo lamentable que viene de afuera —y no es necesario que me asegures que es cierto, porque yo ya lo sé en buena medida— es un veneno, es cierto, pero es posible superarlo, tiene que ser posible superarlo. Ahora sólo puede depender de ti enfrentarlo adecuadamente, ya ves que todas las declaraciones, cada defensa, por adecuada que haya sido, no ha disminuido la desdicha en ti, cuando te oigo hablar me parece que todo está como estaba hace un año, que para ti no valen nada los esfuerzos que ha hecho mucha gente, que lo único que vale es lo otro, la suciedad, la malicia, la necedad. También pierdes amigos porque la gente siente que para ti vale menos, que tampoco su oposición vale donde a ellos les parece necesaria. La oposición fácilmente resulta más desdichada que el acuerdo, pero a veces realmente es más útil, aunque más no sea porque después uno encuentra para sí mismo dónde está el error, mejor que los otros. Pero dejemos a los otros.

De las muchas injusticias y ofensas a las que he estado expuesta hasta ahora, las peores son siempre las que me has inferido tú, también porque no puedo contestar con el desprecio o la indiferencia, porque no me puedo proteger, porque lo que siento por ti sigue siendo demasiado fuerte y me vuelve indefensa. Sin duda para ti se trata ahora en primer lugar de otras cosas, pero para mí, para que pueda tratarse de ellas, se trata en primer lugar de nuestra relación, para que sea posible discutir lo otro. Dices que no quieres perdernos, y para mí yo lo traduzco como “no quiero perderte” porque esta relación superficial con Max ‒sin mí probablemente jamás se hubieran conocido, o en otras condiciones, a las que les doy más chances que a las condiciones generadas por mí‒ asi que digamos honestamente, para no perdernos uno al otro. Y lo que yo me pregunto es justamente quién soy para ti, ¿quién, después de tantos años? Un fantasma, o una realidad que ya no se corresponde con un fantasma. Porque para mí han ocurrido muchas cosas y yo quisiera ser el que soy, hoy ¿y tú me percibes hoy? Eso es justamente lo que no sé, y me desespera. Durante un tiempo, después de reencontrarnos en Wuppertal, creí en este hoy, te confirmé y me confirmaste en una nueva vida, así me pareció, te acepté, no sólo con Gisèle sino también con nuevos movimientos, con nuevos sufrimientos y posibilidades de felicidad que te llegaron después de nuestra época.

Una vez me preguntaste qué pienso de la crítica de Blöcker. Ahora me felicitas por mi libro, o libros, y yo no sé si eso incluye la crítica de Blöcker, todas las otras críticas, ¿o piensas que una frase en tu contra significa más que treinta frases en mi contra? ¿Realmente piensas eso? ¿Y realmente piensas que una publicación que me hostiga desde que existe, como el Forum, se justifica porque se digna defenderte? Querido, no suelo quejarme ante nadie, por las bajezas, pero las recuerdo cuando la gente que es capaz de cometerlas de pronto te invoca. No tienes por qué malinterpretarme.

Puedo soportar todo con toda serenidad, en el peor de los casos con un arrebato ocasional. No se me ocurriría pedirle ayuda a nadie, tampoco a ti, porque me siento más fuerte.

No me quejo. Sin saberlo he sabido que este camino que quería tomar, que he tomado, no está orlado de rosas.

Dices que te arruinan el gusto por tus traducciones. Querido Paul, eso es quizás lo único que ponía un poco en duda, quiero decir, no tus relatos sino sus efectos, pero ahora te creo absolutamente, porque a mí también me han hecho sentir su malignidad los traductores profesionales, con cuya intromisión la verdad es que no contaba. Se divierten hablando de mis supuestos errores, gent que sabe menos italiano, lo cual no me ofendería, y otros que tal vez saben más italiano, pero en todo caso gente que no tiene idea de cómo tendría que ser un poema en alemán. Entiendes: te creo, todo, todo. Pero lo que no creo es que el chisme, la crítica se limiten a ti, porque tranquilamente podría creer que se limitan a mí. Y podría demostrarte que es así, como tú puedes demostrármelo a mí.

Lo que no puedo es demostrártelo cabalmente, porque tiro los anónimos y otros trozos de papel porque creo que soy más fuerte que esos trozos de papel, y quiero que tú seas más fuerte que esos trozos de papel que no significan nada de nada.

Pero tú, tú no quieres darte cuenta de que eso no significa nada, tú quieres que sea más fuerte, quieres que te entierre.

Ésa es tu desgracia, que considero más fuerte que la desgracia que te ocurre. Quieres ser la víctima, pero depende de ti no serlo, y no puedo evitar pensar en el libro que escribió Szondi, en el epígrafe, que me conmovió porque tuve que pensar en ti. Es cierto, vendrá, viene, vendrá ahora de afuera, pero tú no lo apruebas. Y ésa es la cuestión: si tú lo apruebas, si lo aceptas. Pero ésa es tu historia, y no será mi historia si te dejas avasallar por eso. Si lo consientes. Lo consientes. Eso no te lo dejo pasar. Lo consientes y así le allanas el camino. Quieres ser el que naufraga por eso, pero yo no puedo aprobarlo porque es algo que tú puedes cambiar. Quieres que ellos sean culpables de ti, y yo no podré impedir que [tú] lo quieras. Entiéndeme por una vez, desde [ilegible]: no creo que el mundo pueda cambiar, pero nosotros sí podemos, y mi deseo es que tú puedas hacerlo. Concentra tu fuerza en eso, no es el barrendero quien puede hacer[lo], sino tú, únicamente tú. Dirás que pido demasiado de ti para ti. Y es cierto. (Pero también lo pido de mí para mí, por eso me atrevo a decírtelo). No se puede pedir otra cosa. No podré cumplirlo del todo y tú no podrás cumplirlo del todo, pero en el camino hacia allí será mucho lo que desaparezca.

A menudo me amargo mucho cuando pienso en ti, y a veces no me perdono no odiarte, por ese poema, esa acusación de asesinato que has escrito. ¿Alguna vez una persona que amas, un inocente, te ha acusado de asesinato? No te odio, eso es lo demencial, y sin embargo por si alguna vez se corrige y mejora algo: intenta en ese caso comenzar por aquí también, responderme, no con una respuesta, no por escrito sino en los sentimientos, en tus actos. Como en algunas cosas más, no espero una respuesta, una disculpa, porque no hay disculpa suficiente y yo tampoco podría aceptarla. Espero que [al] ayudarme te ayudes a ti mismo, tú a ti.

Te he dicho que la tienes muy fácil conmigo, pero por muy cierto que sea, también es cierto que conmigo la tendrás más difícil que con cualquier otro. Me pone feliz verte venir a mi encuentro en el Hôtel du Louvre, cuando estás alegre y liberado, me olvido de todo y me pone contenta que estés alegre, que puedas estarlo. Pienso mucho en Gisèle, aun cuando no me está dado expresarlo, y menos ante ella, pero realmente pienso en ella y la admiro por una grandeza y una firmeza que tú no tienes. Tendrás que perdonármelo, pero creo que su negación de sí misma, su bello orgullo y su paciencia valen más para mí que tus quejas.

Tú le bastas en tu desgracia, pero ella jamás te bastaría en una desgracia. Yo pido que a un hombre le alcance con que yo lo confirme, pero a ella tú no se lo permites, qué injusticia.

1Se refiere al ciclo de cinco conferencias que Bachmann impartió en 1959 en la Universidad de Fráncfort. Esta conferencias, en principio no destinadas para su publicación, pueden encontrarse en Literatura como utopía, Valencia, Pre-Textos, 2012.

miércoles, 29 de agosto de 2012

Un cielo azul....

Un cielo azul, silente, moteado
De nubes que no anuncian húmedas alegrías
Domina la mañana en la ciudad, y son ya cientos
Los días de esta seca agonía. Desespero del norte. Mar Cantábrico.

Si con estimulantes subterráneos, ánimos pasajeros;
Si con autorizados legalmente, distinto pero igual;
Acaricio los lomos de los libros, luego cojo la escoba, pienso en K,
El reloj da las doce, cuándo podré dormir, con dolor y muy grande alegría pienso en K.

Apenas me concierne la fotosíntesis.
Escucho la llamada de la Tierra.
La Oda a un ruiseñor, epitafios de agua,
A lo lejos concierto para chelo, Lutoslawski.

Luego llega la Callas, María Callas,
Pone voz a Puccini, lo engrandece, lo actualiza,
En el suelo, tumbado, me estremezco y me invade
Lo olímpico, tanto tiempo en la sombra, lo de vez en cuando, pero siempre.

Agosto 2012

jueves, 5 de julio de 2012

Elizabeth Bishop, "En prisión"








En prisión


Espero con impaciencia el día de mi encarcelamiento. Será entonces cuando mi vida, mi verdadera vida, dé comienzo. Tal como dice Nathaniel Hawthorne en La oficina de información: «Quiero mi sitio, mi propio sitio, mi verdadero sitio en el mundo, mi verdadero ámbito, aquello con lo que la Naturaleza pretende que cumpla... y que he estado buscando en vano durante toda mi vida.» Pero yo no siento tanta nostalgia, ni he buscado en vano «durante toda mi vida». Sé desde hace muchos años hacia dónde se orientan mis capacidades y cuál es mi «verdadero ámbito», y siempre he deseado fervorosamente penetrar en él. En cuanto haya llegado ese día y se hayan cumplido todas las formalidades, sabré exactamente cómo enfrentarme a esos deberes que «la Naturaleza pretende que cumpla».

El lector, o mis amigos, especialmente aquellos que conocen mi modo de vida, podrían objetar que un encarcelamiento real es innecesario, debido a que ya vivo, en relación con la sociedad, en gran medida como si estuviese confinado en una prisión. Eso no puedo negarlo, pero simplemente debo recalcar la diferencia filosófica existente entre Libertad y Necesidad. Es posible que ahora viva como si estuviese en prisión, o podría incluso buscarme un alojamiento cerca, o dentro, de una prisión y seguir fielmente la rutina de la prisión en cada uno de sus detalles; pero seguiría siendo un «ministro sin cartera». Creo que la vida de hotel que llevo actualmente podría compararse en muchos aspectos con la vida en prisión: hay corredores, celdas, una gran cantidad de personas sin ninguna relación entre sí y cada una de las cuales está allí por motivos diferentes, pero sigue habiendo grandes diferencias. Y, por supuesto, en cualquier hotel, incluso en el más austero, es imposible pasar por alto la existencia de «decoración», las alfombras turcas, los extintores metálicos, los dinteles, etc. ¡Es ridículo intentar imaginarse en prisión en tal entorno! Por ejemplo, la habitación en la que ahora me alojo está empapelada con un papel nada feo, cuyo estampado consiste en unas rayas plateadas verticales de unos tres centímetros aproximadamente, equidistantes entre sí. Están dispuestas sobre, aunque más bien dan la impresión de estar dentro, un motivo de enredaderas florecidas que recorre toda la pared sobre un fondo de un tono marrón desvaído. Ahora, por la noche, con la lámpara encendida, esas rayas plateadas reflejan la luz, brillan y parecen sobresalir un poco, o más bien hundirse un poco en las enredaderas florecidas, aparentemente aislándolas de mí. ¡Casi podría imaginarme a mi mismo, si eso sirviera de algo, en una enorme pajarera! Pero eso es una parodia, una ensoñación de mis verdaderas esperanzas y ambiciones.

Hay que estar dentro; ésta es la condición primordial. ¡Y, sin embargo, sé de pueblos aislados, o ciudades insulares, en nuestros estados sureños, donde los prisioneros no están en absoluto encarcelados! Visten un uniforme fácilmente reconocible, normalmente el pintoresco y familiar traje con rayas horizontales blancas y negras, y un gorro sin visera del mismo material, y en ocasiones, aunque no siempre, van encadenados por los tobillos. Y cada mañana los dejan en libertad, para que trabajen en la ciudad en las tareas que les han asignado, o bien para que se busquen ellos mismos cualquier trabajo que puedan encontrar, por raro que sea. Yo los he visto con mis propios ojos bombeando agua, barriendo las calles, incluso ayudando a las amas de casa a limpiar las ventanas o sacudir las alfombras. Una de las escenas más remarcables que he contemplado jamás, por su colorido contraste, las protagonizaba un grupo de esos convictos temporalmente emancipados, con sus rayas blancas y negras, regando, o más bien intentando hacerlo, un enorme macizo de plantas tropicales en el césped de un edificio público. La composición floral incluía una amplia variedad de plantas y arbustos, cada uno de los cuales lucía hojas de brillantes colores o llamativamente moteadas. Recuerdo que uno de los arbustos tenía unas largas hojas con forma de cuchillo, que se retorcían al crecer formando amplios espirales; la cara superior de la hoja era de color magenta y la inferior de un amarillo ocre. Otro poseía hijas grandes, planas y lustrosas, de color verde oscuro, en las que aparecían garabateados magníficos arabescos de un amarillo pálido. Estos dibujos, que contrastaban con las llamativas rayas del uniforme de la prisión, producían, una imagen extraordinaria, aunque algo recargada.



Pero los prisioneros, si así puede llamárseles, debían cargar con la perpetua irritación que producen todas las medidas de medias tintas, el «no saber en qué situación está uno». Se encontraban sometidos a una regla: estar de vuelta en la prisión, en el «cuartel general», a las nueve en punto, para que los encerrasen durante la noche; ¡y me pareció entender que no era infrecuente que a uno o dos, que llegaban unos minutos tarde, se les dejase fuera toda la noche! Entonces regresaban a sus casas si eran originarios de esa región, o bien se echaban en los escalones de la cárcel en la que allí se suponía que debían estar encerrados y dormían allí. Pero esta concepción tan miope y vaga del sentido de la prisión jamás podría satisfacerme. Jamás consentiría someterme a un encarcelamiento en estas condiciones, ¡no, jamás!

Acaso mis ideas sobre este tema pueden parecer demasiado rigurosas. Pueden parecerles a ustedes ridículo que yo fije las condiciones de mi propio encarcelamiento de esta manera. Pero déjenme decirles que he dedicado a este asunto la mayor parte de mis pensamientos y mi atención durante varios años, y creo que no estoy hablando de esto únicamente por razones egoístas. De toda la literatura quizá lo que más me gusta son los libros sobre la experiencia de estar encarcelado, y he leído un montón; aunque es evidente que a menudo resultan decepcionantes a pesar del tema. Tomen Una habitación enorme. ¡Cómo he envidiado a Cummings, autor de este libro! Pero había en él algo artificial, algo que me desconcertaba considerablemente; hasta que me di cuenta de que era debido a que el autor, durante todo su periodo de encarcelamiento, había mantenido la íntima convicción de que finalmente le pondrían en libertad; un defecto, o más bien una burbuja de aire, que no podía, por su propia naturaleza, sino alcanzar la superficie y estallar. El mismo motivo puede explicar que la presencia constante de sentido del humor me enervara tanto. Estoy convencido de que me gusta el humor como al que más, como suele decirse, pero siempre me ha parecido una gran lástima que tanta gente inteligente crea hoy en día que todo lo que puede sucederles es divertido. Esta creencia mina la conversación y la comunicación epistolar, condenándolas a la monotonía, y después penetra más profundamente para corromper nuestra capacidad de observación y comprensión, o al menos eso opino yo.

Antaño disfruté mucho con El conde de Montecristo, pero ahora dudo de que fuese capaz de leerlo de cabo a rabo, con su exposición de «una injusticia», el romanticismo de su túnel, la búsqueda del tesoro, etc. Sin embargo, como considero que estoy muy en deuda con ese libro, y no quiero omitir o minimizar ninguna influencia, incluso de la infancia, lo menciono aquí. La balada de la cárcel de Reading es otra de las obras sobre este tema que jamás he podido soportar; me daba la sensación de que se servía de un materia que, pese a que podía ser de gran interés humano, no tenía nada que ver con el tema en cuestión. «Esa pequeña carpa azul/ que los presos llaman cielo» me parece un puro disparate. Estoy convencido de que hasta el cielo visto a través del ojo de una cerradura sería suficiente, en su infinidad azul y ciega, para proporcionarle a alguien, incluso alguien que nunca antes lo ha visto, una idea adecuada de cómo es el cielo; y en cuanto a llamarlo «cielo», todos lo llamamos cielo, ¿o no?; no veo nada patético en ello, como sin duda se supone que debería sucederme. Mejor dadme Recuerdos de la casa de los muertos o Vida de un prisionero en Siberia de Dostoievski. Incluso si parece haber cierta ambigüedad sobre la condición de los prisioneros, al menos uno está en manos de una autoridad que se percata de las limitaciones y posibilidades de su tema. Y en cuanto a los habituales bestsellers escritos por guardianes, verdugos, carceleros y demás, nunca he leído ninguno, ya que tengo el firme propósito de mantener mi propio punto de vista, y no quiero introducir ninguna afectación evitable en mi futuro comportamiento. 



Me gustaría una celda de unos cuatro o cinco metros de largo por dos de ancho. La puerta estaría en un extremo; la ventan, situada a bastante altura, en el otro, y el camastro de hierro junto a la pared; me lo imagino a la izquierda, pero por supuesto podría perfectamente estar situado a la derecha. Podría disponer o no de una mesa pequeña, o de un estante sujeto con cuerdas a la pared, justo debajo de la ventana, y junto a él una silla. Me gustaría que el techo fuera bastante alto. Los muros que tengo en mente ostentan interesantes manchas y desconchados o presentan otro tipo de deterioro; son grises o blanqueados, azulados, amarillentos, incluso verdes; pero espero que no sean de otro color. La posibilidad de tablones sin pintar con su gama de diferentes veteados puede satisfacerme, o losas cuadradas o con formas irregulares. Corro el horrible riesgo de ser confinado en una celda de ladrillo rojo; sin embargo, el ladrillo encalado o pintado puede resultar muy agradable, especialmente si hace tiempo que no se ha repintado y la pintura se ha descascarillado aquí y allá, revelando, en un marco irregular pero biselado (formado por las sucesivas capas de pintura), la regularidad de los ladrillos que hay debajo.

Por lo que concierne a la vista desde la ventana: una vez fui a ver una habitación en el Manicomio del Mausoleo en la que el pintor V... había sido confinado durante un año, y lo que más me impresionó de esa habitación, y dio pie a mis propias ideas sobre el tema, fue la vista. Mi compañero de viaje y yo llegamos al manicomio a última hora de la tarde y nos recibió una monja, aunque al parecer una familia, que vivía en una casita independiente, estaba a cargo de todo. Al oír nuestras llamadas, salieron rápidamente cuatro miembros de la familia, que estaban cenando y nos hablaban con la boca llena. Se situaron en fila, al final de la cual su pequeño gatito blanco y negro e entretenía arañando el suelo. Era «una escena llena de vida». La hija, de ocho años, y un hermano más pequeño, cada uno con una larga rebanada de pan que se iban comiendo, fueron los encargados de guiarnos por el lugar. Primero atravesamos varios corredores largos y oscuros como sótanos, pintados de amarillo, con las puertas bajas de color azul de las celdas a lo largo de una de las paredes. Los suelos eran de piedra; la pintura estaba descascarillada por todas partes, pero el efecto del conjunto era solemnemente encantador. La habitación que habíamos venido a ver estaba en la planta baja. Habría resultado muy triste de no haber los dos niños que correteaban arriba y abajo, mientras masticaban sus rebanadas de pan blanco e intentaban superarse el uno al otro explicándonos que era cada cosa. Pero me estoy alejando de mi tema, que era la vista desde la ventana de esa habitación: daba directamente sobre el huerto de la institución, detrás del cual se extendían los campos. Había una hilera de cipreses a la derecha. Estaba anocheciendo con rapidez (y mientras estábamos allí se hizo tal oscuridad que hubiéramos sido incapaces de encontrar el camino de salida de no ser por los niños), pero todavía puedo ver tan claramente como en una fotografía la espléndida plenitud de la vista desde la ventana: los campos segados, los oscuros cipreses y la bandada de golondrinas descendiendo en el cielo grisáceo; sólo los campos conservaban su desvaído color.

Como vista podía ser ideal, pero hay que tomar en consideración muchas cosas y, por muy lenitiva e inspiradora que pudiese resultar esa escena, no creo que lo más adecuado para un manicomio sea necesariamente lo más adecuado para una prisión. Y ello es así porque espero ir a la prisión en posesión de todas mis «facultades»; de hecho, no espero que se desarrollen plenamente hasta que esté instalado allí de una manera definitiva. Supongo que algo un poco menos rústico, un poco más severo, me sería personalmente de más utilidad. Pero es un problema difícil de resolver, y probablemente sea mejor que se resuelva, domo debe ser, por puro azar. 



Debo confesar que lo que más me gustaría sería una vista de patio enlosado. Adoro los patios de piedra casi hasta la pasión. Si no me encarcelasen, intentaría al menos hacer realidad esta parte de mi sueño; me encantaría vivir en una granja como las que he visto en el extranjero, una granja con una era de piedra absolutamente desnuda, las piedras dispuestas formando sencillos dibujos en forma de cuadrados o diamantes. Otro dibujo que admiro consiste en colocar adoquines formando abanicos, con piedras más grandes contorneando el borde. Pero desde la ventana de mi celda preferiría ver, digamos, un diseño en forma de rombo, perfilado con piedras largas y con el interior de adoquines; el dibujo se iría estrechando a medida que se alejara de la ventana en dirección al apartado muro del patio de la prisión. En resto de mi paisaje sería responsabilidad exclusiva del tiempo, aunque preferiría que mi celda mirase hacia el este en lugar de hacia el oeste, ya que prefiero los amaneceres a los ocasos. Además, en mi opinión, mirando hacia el este se obtienen los efectos más teatrales del ocaso. Me refiero a esos quince minutos o media hora de un dorado intenso en que a cualquier objeto puede conferírsele un sentido mágico. Si el lector puede describirme algo más hermoso que un patio de piedra iluminado con una luz oblicua que hace que cada una de las losas apenas ligeramente abombadas proyecte una pequeña sombra, mientras que el conjunto de la superficie aparece cubierto de una gruesa capa dorada, y un poste proyecta una larguísima sombra, y un alambre destensado, una sombra sobrenatural; le ruego a ese lector que me lo comunique.

Tengo entendido que la mayoría de prisiones están en la actualidad dotadas de bibliotecas y que se espera que los presos lean los volúmenes de la Everyman's Library y otros libros de intención educativa. Espero no parecer demasiado reaccionario si digo que mi único deseo es que me proporcionen un libro muy aburrido, cuanto más aburrido mejor. Un libro que, por otra parte, trate de un tema que me sea por completo ajeno; tal vez el segundo volumen de la obra en cuestión, en caso de que el primero me permitiese familiarizarme demasiado con el asunto y los planteamientos de la misma. Entonces podré experimentar, con la conciencia libre, el placer, supongo que perverso, de interpretarlo sin tener para nada en cuenta sus propósitos. Porque comparto la opinión de M. Teste de Valéry de que «entendemos mucho mejor nuestras propias ideas a través de la expresión de las de los demás»; y me he resignado, aunque tal vez hablo con excesiva franqueza, a obtener de este —lamentable pero irremediable— estado de cosas la escasa información y dicha que me sea posible. De mi aislado libro semejante a una piedra podré extraer amplias generalizaciones, abstracciones del tipo más elevado e iluminador, como alegorías y poemas, ¡y yuxtaponiendo fragmentos al entorno y las conversaciones de mi prisión podré construir mis propios fragmentos de arte surrealista!; algo que sería incapaz de hacer en el exterior, donde las fuentes son tan apabullantes. Quizá sea un libro sobre la cura de una enfermedad, o acerca de una técnica industrial..., pero no, incluso tratar de imaginar el tema sería estropear la sensación de frescura que espero recibir, como una oleada, cuando llegue por primera vez a mis manos.

La escritura en las paredes: he formulado ideas muy precisas sobre este importante aspecto de la vida en prisión, y ya he redactado frases y párrafos (que no puedo reproducir aquí) que espero poder escribir en las paredes de mi celda. Sin embargo, primero, incluso antes de echar un vistazo al libro mencionado más arriba, leeré atentamente (o intentaré leer, ya que probablemente estén parcialmente borradas o escritas en una lengua extranjera) las inscripciones en las paredes. Y adaptaré mis propias creaciones, para que no entren en conflicto con las escritas por el preso que me precedió. Se notará la voz de un nuevo interno, pero no contradeciré o criticare las pintadas ya existentes, sino que se tratará más bien de un «comentario» a ellas. He pensado in tentar escribir un poema breve pero inmortal, mas temo que esté por encima de mis posibilidades; aunque es posible que una vez me haya confrontado con esa pared manchada, sucia y garabateada, y sienta entre mis dedos la punta de un lápiz o un clavo oxidado, me supere a mí mismo. Tal vez ordenaré mis «obras» en series de pulcras inscripciones escritas en bien legibles caracteres de letra redonda; tal vez las escriba en diagonal, en un rincón, o entre la base de la pared y el suelo, en garabateos casi ilegibles. Serán breves, sugestivas, angustiadas, pero rebosantes de las luces de la revelación. Y una parte nada despreciable de la dicha que estos escritos me proporcionarán será pensar en la persona que vendrá después de mí; ¡un legado de pensamientos que le dejaré, como un viejo fardo tirado sin ningún miramiento en un rincón!



Una vez soñé que estaba en el Infierno. Era un país llano, como Holanda, con toda la hierba de las marismas de un burdo verde artificial, iluminado por una luz solar brillante pero casi horizontal. Yo vestía un traje de algodón gris que no me sentaba bien; pantalones demasiado largos y una camisa con los faldones por fuera, y llevaba el pelo muy corto. Sufría continuos mareos, porque el horizonte (y por eso sabía que me encontraba en el Infierno) estaba en un ángulo de cuarenta y cinco grados. Pese a que este sueño inútil parezca no tener ninguna relación con mi tema, lo incluyo simplemente para demostrar la manera en que espero que mi visión del mundo exterior cambie milagrosamente cuando escuche por primera vez cerrarse detrás de mí la puerta de mi celda, y me dirija hacia la ventana para mirar por primera vez hacia el exterior.

Me las arreglaré para tener un aspecto un poco diferente, con mi uniforme, al del resto de los reclusos. Me dejaré el botón del cuello de la camisa sin abrochar, o me enrollaré las manga entre la muñeca y el codo; tan sólo un ligero toque informal, un poco byroniano. Por el contrario, si ése fuese el estilo generalizado en la prisión, adoptaría una severa y mecánica pulcritud. Mi porte y mi expresión facial estarán también influenciados por el mismo motivo. No hay, sin embargo, una falta de sinceridad en todo esto; es la concepción que tengo de mi papel en la vida de la prisión. Es algo completamente diferente a ser un «rebelde» fuera de la prisión: es ser poco convencional, quizá díscolo, pero entre sombras y oscuridad.

Mediante estos principios, estas ligeras diferencias, y el encanto (no piensen que estoy alardeando, o sobrestimando la importancia de los detalles, porque he comprobado el efecto en múltiples ocasiones) de mi actitud cuidadosamente apagada y reservada, atraeré hacia mí a un amigo íntimo, sobre el que ejerceré una influencia considerable. Este amigo, un miembro importante de la sociedad carcelaria, me será de gran ayuda para implantar mi autoridad, reconocida pero no oficial, sobre el desarrollo de la vida en la prisión. Harán falta años para que me convierta en influyente, y quizá —y eso es lo que me atrevo a esperar— encontraré la prisión en un periodo de su evolución en que resulte inevitable que se me considere una mala influencia... Tal vez se mofen de mí, como se mofaron del Vicario de Wakefield; pero evidentemente, al menos al principio nada me gustaría más.

Hace muchos años me di cuenta de que podía «triunfar» en un lugar, pero no en todos los lugares, y que nunca jamás podría triunfar «exhaustivamente». En el mundo, por ejemplo, estoy demasiado influenciado por la ropa, por absurdo que pueda parecer. Pero en un lugar en el que toda la ropa es igual, se me brinda la posibilidad de ser capaz de desarrollar un «propio», que puede ser incluso admirado e imitado por otros. Cuanto más larga sea mi condena —aunque no puedo pensar en otra cosa que en una condena a cadena perpetua—, más lentamente deberé establecer mi posición, y más seguras serán mis posibilidades de éxito. Por ridículo que suene, y resulte, ¡me gustaría formar parte del equipo de béisbol!

Pero de la misma manera que he protestado contra la ambigua situación de esos prisioneros que estaban al mismo tiempo dentro y fuera de la prisión (¡incluso he visto cómo sus esposas les lavaban los pantalones a rayas y los tendían a secar!), debería oponerme radicalmente a cualquier cambio o ruptura en mi modo de vida. Si, por ejemplo, cayese enfermo y tuviera que acudir a la enfermería de la prisión, o si poco después de llegar tuviera que trasladarme a otra celda, cualquiera de estos incidentes me perturbaría seriamente, y debería empezar de nuevo desde cero.

Es natural que en estas circunstancias haya pensado a menudo en alistarme en nuestro ejército o en nuestra marina. En alguna ocasión he permanecido una hora en la acera estudiando los carteles de las oficinas de reclutamiento: el retrato oval de un soldado o marinero rodeado de escenas que representan su «vida». Pero me parece que al marinero lo pueden trasladar de un barco a otro sin ni siquiera pedirle su opinión; y además también creo que a una persona de mi temperamento tiene que resultarle profundamente ingrata la contemplación del mar. En las risueñas fotografías que rodean la gallarda cabeza del soldado lo he visto «cumpliendo con su trabajo»: construyendo carreteras, pelando patatas, etc. Aparte de las remotas posibilidades de servicio activo, estas fotografías serían suficientes por sí mismas para disuadirme de incorporarme a filas.

Pueden ustedes decir —algunas personas me lo han dicho— que hubieran sido más felices en la época más floreciente del orden religioso, e imagino que eso se aproxima mucho a la verdad. Pero incluso en este caso tengo mis dudas, y la diferencia entre Libertad y Necesidad vuelve a emerger para confundirme. «La libertad es el conocimiento de la necesidad»; no hay otra cosa en la que crea más ardientemente. Y les aseguro que actuar de este modo es el único paso lógico que puedo dar. Quiero decir, claro está, que el verme obligado a actuar de este modo es el único paso lógico que puedo dar. 

 

sábado, 24 de marzo de 2012

Robert Musil, "Fecundidad moral" (1913)


pp. 38-40





El egoísmo es tan sólo una ficción de los teóricos de la moral; para el sentimiento, querer únicamente el bien propio no es en ningún sentido un asunto meramente personal. Sólo la completa sordera de entendimiento sería egoísmo en forma pura. Un automatismo sin conciencia concomitante. Un cortocircuito entre el estímulo sensorial y la voluntad, sin paradas intermedias en un sentimiento del mundo. El libertino, el gran criminal, el corazón de hielo, también son variantes del juego de altruismo, así como por ejemplo el donjuanismo se ha explicado como forma de amor.

Se ha demostrado que todo impulso altruista se puede retrotraer a un acto de egolatría. Igual se hubiera podido constatar que detrás de cada conducta egoísta se esconden impulsos altruistas, sin los cuales sería incomprensible. Llevadas al límite, ambas conclusiones son igual de chuscas. Dignidades del concepto en un cacharro que se tambalea, un juego involuntario del pensamiento, porque el suelo de los sentimientos oscila debajo.

Lo que aparece como un hecho cuando se buscan ejemplos de egoísmos diversos es siempre una relación sentimental con el entorno, una relación entre un yo y un tú que es difícil en los dos extremos. Pero igual de raro ha sido el puro altruismo en cualquier época. Sólo ha habido hombres que tenían que serles útiles a otros porque les querían, y otros que han tenido que hacerles daño porque les amaban y no podían expresarlo de otro modo. Pero odio y amor tampoco son más que fenómenos engañosos, pequeños indicios casuales de una misma fuerza que apremia a algunos hombres, y a la que podría calificare simplemente como agresividad moral, como la fantástica compulsión de reaccionar con vehemencia ante sus semejantes, de diluirse en ellos, o aniquilarlos, o crear para ellos alguna clase de constelaciones ricas en descubrimientos internos. Tanto altruismo como egoísmo son posibilidades de expresión de esa fantasía moral, pero en conjunto, tan sólo dos de sus múltiples formas jamás contadas.
 
Tampoco lo malo es lo contrario de lo bueno, o su ausencia, sino fenómenos paralelos. No son contrarios esenciales o últimos desde el punto de vista moral, como siempre se presupone, y probablemente tampoco conceptos de particular importancia en ningún sentido para la teoría moral, sino construcciones prácticas e impuras. Oponerlos diametralmente corresponde a un estadio anterior del pensamiento, que lo esperaba todo de la dicotomía, y es poco científico. Lo que presta a todas esas dicotomías morales su aspecto de importancia es que se las hace intercambiables por otra, “algo a combatir/algo a defender”. Esa contradicción auténtica que acompaña a todo el problema encierra de hecho un componente importante de la moral, y sería mala cualquier teoría que quisiera suavizar algo o mediar de alguna manera en ella. Pero sostener que comprenderlo todo significa perdonarlo todo no es mayor confusión que la de que el significado de un fenómeno moral se agota en decidir si es digno de perdón o no. Aquí se entrecruzan dos cosas distintas que hay que mantener completamente separadas. Lo que se debe combatir o defender viene determinado por convicciones prácticas y relaciones fácticas, y si se deja el necesario terreno de juego a los azares históricos, ha de ser posible explicarlo exhaustivamente. El que yo castigue un robo no precisa para justificarse de ningún fundamento último, sino de uno meramente actual. Pero ahí no hay ni rastro de consideración moral o de fantasía. Si por el contrario alguien se siente paralizado en el instante en que va a aplicar un castigo, y siente que se desploma de repente su derecho a ponerle la mano encima a otro hombre, si comienza a hacer penitencia o se harta hasta reventar en las tabernas, entonces ya nada tienen que ver en lo que le concierne lo bueno ni lo malo, y con todo, se encuentra sin embargo en un vehemente estado de reacción moral.

Hasta qué punto se siente la moral como algo que es en sus mismos fundamentos cuestión de aventura y de experiencia, lo prueba el que incluso sus teóricos abandonen la segura tierra firme del utilitarismo y hayan intentado a menudo elevar el ¡tú debes! a experiencia peculiar, para dejar que el sentimiento llame a la puerta desde el exterior, embozado como un gran extraño, en disfraz de deber. El imperativo categórico, y todo cuanto desde entonces pasa por experiencia específicamente moral, no son en el fondo más que una enrevesada comedia de cascarrabias con el fin de volver al sentimiento. Pero lo que así se devuelve a primer término es algo completamente secundario, inconsistente por sí mismo, que presupone leyes morales en lugar de crearlas. Una experiencia auxiliar, y ni de lejos la experiencia central de la moral.

De todas las máximas morales proclamadas alguna vez, aquélla a la que envuelve la atmósfera más altruista no es “ama a tu prójimo” o “haz el bien”, sino el postulado de que la virtud se puede enseñar. Pues de hecho toda acción racional precisa de los demás hombres, y sólo crece mediante el intercambio de experiencias comunes. Pero propiamente la moral sólo empieza en la soledad que separa a cada uno de cualquier otro. Aquello de lo que no se puede hacer partícipe a otro, la clausura en uno mismo, es lo que hace necesitar a los hombres de lo bueno y lo malo. Bien y mal, deber o falta al deber, son formas con las que el individuo instaura un equilibrio sentimental entre sí mismo y el mundo. No obstante, lo importante no es comprobar lo típico de esas formas, sino antes bien comprender la presión que las crea o la depresión sobre las que se apoyan, infinitamente distintas. Y para eso la acción es un primer balbuceo, ya se trate de un héroe, de un santo de un delincuente. Incluso el asesino sexual tiene algún rinconcito lleno de heridas íntimas y de peticiones secretas, en algún punto el mundo es injusto con él como con un niño, y no es capaz de expresarlo de otra manera que así, al modo en que en ese momento lo consigue de un golpe. En el criminal hay resistencia y falta de resistencia frente al mundo, y ambas se dan en todo hombre que tenga un marcado destino moral. Antes de aniquilaar a alguien semejante, así sea el mayor de los infames, se debería tomar y proteger lo que en él era resistencia y fue aplastado por lo demás. Y nadie afrenta más a la moral que esos pobres diablos de lo bueno y lo malo que, ante algunas de sus formas de aparición, rehúsan el simple contacto con un lánguido sobresalto.

viernes, 23 de marzo de 2012

Para acabar de una vez con el juicio (VI)

                                                        T'acqueta omai. Dispera
                                                         l'ultima volta. Al gener nostro il fato
                                                         non doñò che il morire. Omai disprezza
                                                         te, la natura, il brutto
                                                         poter che, ascoso, a comun danno impera,
                                                         e l'infinita vanità del tutto.

   

                                             Cálmate ahora. Desespera
                                             por última vez. A nuestro género el hado
                                             no dio sino el morir. Ahora desprecia
                                             a la naturaleza, el brutal
                                             poder que, oculto, impera sobre todo el daño común
                                             y la infinita vanidad del todo.

sábado, 11 de febrero de 2012

El tragador de rocas



Beñat Baltza Álvarez

EL TRAGADOR DE ROCAS



  
TREMENTINA//POESÍA






Cubierta: Trementina desde Internet
Escrito hacia el año 2000

--------------------------------------------------------------


Ah, todo esto antes que yo,
acción, pasión, alumbramiento,
funerales—
un cuarto oscuro
donde risa y temblor se confunden.
* * * * *

Avidez de la noche me engulle: aquí:
grado cero
no
hay tiempo

crepitan las ciudades los planetas
crepitan
yo ardo....

Ah, si pudiera oscilar un momento—:
os soñaría
y

os soñaría.
* * * * *

Cien perros sarnosos me olfatean
en los escombros brillan los neones
misericordias centros de rehabilitación
en las orillas de las carreteras.

Cuán lejos de los cánticos nacionales,
de los himnos a las acelgas,
de la naturaleza asistida—

todavía unas cuantas patadas

el poeta en el ciberespacio
* * * * *

decir
por la boca
algo

hacer
que se entiende
* * * *
ESTUDIO

Y soñar para nada y caer en el hielo
            del sueño       
                                   quebrarlo
negra grieta crujido de huesos horizonte opaco
al que a rastras llegaré allí presente
acariciar la textura de lo que se derrite
la textura de los dioses de los imperios vencidos no sentir
piedad por ello mantenerme
cerca
en frío ya sólido que disminuye
de los ecos de los nomoi ohahohah ya no ser
y hablarles y contarles
la alegría cruel de su no-estar-ya-aquí
hielo ello también así y todo aurora
frío y resquebrajadura. Urgencia
urgencia consumir inventariados olvida
con urgencia dicha
                                   ahora
palabras
gritar el frío soplarse las manos callar:
todo el silencio corriendo por la sangre cerebros que aún
no nacieron piedras
que aún no chocaron entre sí
pliegues
por hacerse en las raíces
de la seda del mar oh
sana ohsanna bienvenido Príncipe del Silencio
bendice con tu mudez a la nueva criatura:
Moriremos en esta celda.
* * * * *

Las sombras.
Las voces que se alejan.
Las voces que no son.
Las voces que son nada.
Estás. No
hay nadie.

¿Quién busca?

Una voz
pregunta

Quién busca

Busca pregunta
busca. Voz.
Zov. Zovdmch
Scmnmas
Ozzzzzqwjftyt

¿Por quién se toma la Tierra?

Busca pregunta busca quiénbusca

Los pliegues.
Los vestidos.
* * * 
HORROR VACUI
(Lectura de Santiago López Petit)

nada nos espera
ningún resplandor nos guiña el horizonte
solamente marchar como quien fuma
los pulmones se abren y se cierran
el humo viaja y no hace formas
la habitación por la mañana se ventila
* * * * *
rosa fatigada del sol
cráneo impotente desluce
el cielo extiende su mortaja
sobra la parcela de cielo
por mis cuencas conquistada
* * * *

somier de hierro fundido desmantelamiento
los ríos no son dragados pestazo de sedimentos
los ríos traen colores vivan los peces mecánicos
los ríos ríen la risa laborables y festivos
si llueve mucho desbordan los ríos de risotadas
desbordar qué hermoso verbo luego después viene el chorro
chorrear y desbordar oh qué boda tan hermosa
la tarta la tarta dónde está la tarta
que se besen que nos besen
besémosles...
música música música
como salgan con rancheras va a ver un cortocircuito
pestazo de sedimentos
si los hombres de granja fueran qué a gusto los comería
y el doctor Agirreolea lugosizó su semblante—
los ríos no nacen donde dicen que nacen
sabemos que existe el sol la absorción de las aguas
la formación de las nubes etcétera

mira qué ojos tienes échate a mi lado
somier de hierro fundido vivan los peces mecánicos
* * * *

sueños de grava y orilla
dulce hora del abandono
corazones en terciopelo negro
música del estercolero—

porque una flor blanca entonces
me hechizó con su mirada
dulce hora del abandono
* * * * *

tragador de rocas
vómito de las montañas
vómito de acantilados
vómito de lava
fuego interior
desorden

piedra
molida en la uretra
piedra
arenilla en el sueño orina
sobre el amor cobarde de los hombres

Oh arquitectura del mundo
yo te amo
yo te aborrezco
soldado por el escroto al pedregal cósmico
centrifugado
centrípeto

dolor del sueño en el dolor de la vigilia
te amo
arcada inmensa
palabras meteoritos
palabras estrellas frías

Frío
 * * * * *



TREMENTINA//POESÍA

viernes, 10 de febrero de 2012

Dos poemas de Lois Pereiro



(PREPARED PIANO)


Neutralizar las líneas
la proyección externa
de las formas intestinas
con una mirada distante
a lo que desgrano de ellas
en el líquido de la idea necesaria
Que despegue el pigmento
sin destino
ajeno a su presencia
y un murmullo de gusanos
de la impresión que se desvanece
que el cuerpo invente
Demostrar que hay distancias
principios filosóficos
en un cuerpo expuesto a todo
que no ceden y acogen
cierto reflejo falso en su esencia
Superficie que emerge en la estructura
piel ilusión orgánica del cuerpo
Por tanto la vida se desgaja en minutos
al adelantarse a sí misma
un paso es indiferencia
y después nada
La fina piel de un virus
cuando la sangre es visible
la carne se hace cierta
en perfiles que se pierden
en cuanto cierro los ojos
y dejo espacio virgen para otro intento

(pp. 165-167)
                                                     * * *




(Análisis hemático del amor)

Con el amor que se interpone
entre vosotros
y mi miedo
se alteran los parámetros orgánicos
de mis restos en frágil equilibrio
bien restaurados y supervisados.

Y podría hacer un Lied amargo
dedicado a mis seres más amados
modificando mis CD4
y bajando el nivel de protombina
de este cuerpo que flota en endorfinas
sin jeringas o fármacos
que las lleven.

La sed por soñar aumenta la fiebre
y causa hemorragias invisibles
exiliando de la sangre los hematíes.

Pero las lágrimas lubrican el deseo
provocan más nostalgia
y anestesian.

La amistad protege y el amor cura
el odio contagia y hiere
la indiferencia mata.

Apagado este incendio sobrevivid libres
de este estertor final de quien os ama

(pp. 241-243)