Paul
Celan a Ingeborg Bachmann, Fráncfort
del Meno, 9 de diciembre de 1957
Fráncfort,
lunes por la noche
Ingeborg,
mi querida Ingeborg:
Después
volví a mirar desde el tren,
tú también
te habías dado la vuelta,
pero yo ya estaba demasiado lejos.
Después
vino el nudo en la garganta, feroz.
Y
luego, cuando volví al
compartimento, sucedió algo
muy extraño. Fue tan extraño que me entregué,
durante todo un trayecto (…)
Entonces:
volví al compartimento y
tomé tus poemas de la
cartera. Para mí fue como
ahogarse en lo totalmente claro y transparente.
Cuando
levanté la vista, noté
que la joven que tenía el
asiento de la ventanilla sacaba Akzente, el
último número,
y comenzaba a hojearlo. Estuvo pasando hojas y hojas, mi mirada, que
podía seguir esa hojeada,
sabía que vendrían
tus poemas y tu nombre. Y vinieron, y la mano que pasaba las hojas se
detuvo. Y vi que ya no hojeaba más,
que los ojos leían, una y
otra vez. Una y otra vez. Me sentí
tan agradecido. Luego pensé
por un instante que podría
tratarse de alguien que te había
escuchado en alguno lectura, que te había
vito y reconocido.
Y
entonces quise saberlo. Y pregunté.
Y dije que la de antes era tú.
E
invité a la dama —una
joven escritora que había
llevado un manuscrito a Desh, en Múnich,
y que también escribe
poemas, según contó—
a una taza de café. Y
entonces me dijo cuánto te
admira.
Estoy
seguro de que no dije nada imprudente, Ingeborg, pero ella
probablemente ya lo había
adivinado, es que fue un acontecimiento para ella.
Luego
le regalé mis dos libros de
poemas y le pedí que los
leyera cuando yo me hubiera bajado del tren.
Era
una mujer joven, de unos 35 años, ahora sin duda está
al tanto, pero no creo que lo divulgue. Realmente no lo creo. No te
enojes, Ingeborg, por favor no te enojes.
Fue
tan extraño, tan de nuestro mundo. La persona a la que se lo debo
tenía derecho a saber a
quién tenía
enfrente. Dime algo al respecto, una palabra... ¡por favor! (…)
Tengo
que volver a verte, Ingeborg, porque te quiero
Paul
(pp.
88-89)
*
* * * *
Ingeborg
Bachmann a Paul Celan, Uetikon am See, 5 de agosto de 1959
Mi
querido Paul:
Es
tanto lo que quiero responderte; empiezo por el final. Como en Roma
la cosa iba tan mal, me fui de repente, a Scuol, y luego vi que era
lo correcto, y ahora Max [Frisch, entonces su
compañero] y yo estamos otra vez en Uetikon.
Me
alegra que se hayan visto una vez más,
pero ¡cuánto me hubiera
gustado estar yo también!
Después de ustedes enseguida
empezó en gran frío
en la Engadina, la encontré
ya otoñal, casi invernal, en los pasos había
nieve reciente. Pero cuando el tiempo mejore quizás
vayamos otra vez por unos días
a Sils Maria, y entonces haré
el camino que me mencionaste en tu última
carta. (…)
(…)
Hablas de las concesiones que ya hacemos todos, eso es lo que más
me ha afectado porque he tenido muy poco esa sensación
con respecto a mí hasta
ahora: para mí la concesión
empieza con Fránfort1,
porque temo hacer algo que jamás quise hacer y ahora estoy buscando
una salida. Como es casi imposible cancelarlo, voy a intentar
enfrentar el peligro que veo evitando explayarme sobre cuestiones
literarias, evitando hablar “sobre”, para no agregar más
palabrerío al palabrerío.
(…)
Hoy
me llamó el señor Neske, por la colaboración para la edición en
homenaje a Heidegger, y tengo que preguntarte algo al respecto porque
para mí forma parte de la concesión. Por favor, dame una breve
respuesta si puedes, no sé qué hacer. Hace años escribí un
trabajo crítico sobre Heidegger, y aunque no le doy importancia a
ese ejercicio de aplicación obligatorio, jamás cambié mi postura
respecto a Heidegger, su error político sigue estando para mí fuera
de toda discusión, también sigo viendo que el punto débil está en
su pensamiento, en su obra, y al mismo tiempo también sé, porque
realmente conozco su obra, qué importancia y qué nivel tiene esa
obra, frente a la cual mi posición nunca será sino crítica. A eso
se suma además que si por fin se hace la edición alemana de
Wittgenstein, me gustaría hacer la introducción, y en caso de no
hacerla será porque temo que mi capacidad no sea suficiente, pero
sería una necesidad sincera.
Hace
mucho tiempo que sé que me piden una colaboración para el homenaje,
y también quería entregarla, me alegró enterarme de que Heidegger
conoce mis poemas, pero la vacilación no confesada desde mace meses
ahora es confesa. (Si le digo que no a Neske, será sin
explicaciones, porque no quisiera un parloteo innecesario, ni
ofensas, solamente quisiera comportarme correctamente ante mí misma
y preguntarte. Y sobre todo no quisiera confundirte a ti, por tu
aceptación, porque no hay un comportamiento esquemáticamente
correcto; eso significaría privarnos de toda vitalidad.)
Te
vuelvo a escribir pronto. Pienso mucho en ti.
Tuya
Ingeborg.
(pp.
134-137)
*
* * * *
Paul
Celan a Ingeborg Bachmann, París, 10 de agosto de 1959
No
es fácil responder a tus preguntas, pero voy a intentarlo, ahora
mismo.
Sobre
el homenaje a Heidegger: Neske me escribió hace unos días, la carta
tiene una lista adjunta, yo estoy en esa lista sin haber sido
consultado, es decir, sin que Neske, a quien hace un año le dije que
si me comunicaba primero los nombres de los otros participantes yo
también pensaría en una colaboración, haya cumplido su promesa. Es
decir que no lo hizo; más bien, yo estoy (y eso tiene sin duda sus
razones —bastante baratas—) en esa lista y ahora resulta que debo
Mandra mi poema lo antes posible… Ése es entonces el contexto, y
ese contexto me da que pensar también en otro sentido. De modo que
no voy a mandar nada. Pero así Neske me lo ha hecho fácil,
seguramente no por casualidad. Veo también que no está Martin
Buber, de quien Neske en su momento me dijo que también había
prometido una colaboración. Hasta ahí lo inmediato. Queda
Heidegger. Sin duda yo soy el último, tú lo sabes, que puede mirar
para otro lado con respecto al discurso del rectorado de Friburgo y
algunas cosas más; pero también me digo, sobre todo ahora que tengo
mis experiencias sumamente concretas con antinazis tan patentados
como Böll o Andersch, que aquel que tiene sus errores atragantados,
que no hace como si jamás hubiera fallado, que no disimula la mácula
que lleva adherida, es mejor que aquel que se ha instalado en la
intachabilidad que mostró en su momento (tengo que preguntarme, y
tengo razones para hacerlo: ¿realmente y en todas sus partes fue
intachabilidad?) con toda comodidad y lucro, con tanta comodidad que
puede permitirse aquí y ahora —claro que sólo “en privado” y
no en público, porque eso daña el prestigio, como se sabe— las
bajezas más notorias. En otras palabras: puedo decirme que Heidegger
tal vez comprendió algunas cosas; veo
cuánta infamia hay en un Andersch o un Böll; veo,
además, que el señor Schnbel, “por una parte”, escribe un libro
sobre Ana Frank y con generosidad insoslayable dona los honorarios de
ese libro para no sé qué fines de reparación; y que el mismo señor
Schanabel. “por otra parte”, le otorga un premio al señor Von
Rezzori por su libro, que sabe presentar (¡en qué contexto!) de un
modo tan bonito y tan divertido, y tan chistoso, ¿no?,) todo el
antisemitismo “pre-nazi”, vale aclarar (y luego, cuando yo lo
reconvengo —¿pero porque tengo que ser tan luego yo
cuando se trata de este tema? —, se muestra enormemente vulnerado
por la “forma” en la que lo hice).
Esto,
mi querida Ingeborg, es lo que veo, es lo que veo hoy.
Y
ahora tu lectorado en Fráncfort: yo tenía, tengo —y no estaría
bien no decírtelo— verdaderos reparos. Dejando de lado que así el
gremio (y no solamente él) “se adorna” con la poesía, por
decirlo de algún modo —y perdona, pero es que eso forma parte del
pavoneo de Alemania Federal, de esa manera “somos” tan refinados
como en Oxford—; dejando de lado que al deleitar el ánimo con el
poema (porque se tiene un programa, y de ese programa también forma
parte, como todos confirman, también un “tercer canal”) se
demuestra perfectamente la “capacidad” de ese ánimo; dejando de
lado todo eso (y alguna otra cosa más), no creo para nada que la
poética pueda ayudar a la poesía a llegar al lugar hacia el que se
puso en marcha bajo nuestros cielos sombríos. Pero, y no es que lo
diga porque ya no puedes cancelar todo el asunto, pero:
inténtalo de todos modos, hazlo. Algo que tal vez por ahora no ves
con total claridad, una pequeña invisibilidad, un tartamudeo ocular
ante lo supuestamente clarísimo, te ayudará sin duda a realizar
alguna que otra comunicación
real. (Observación al margen: yo estoy absolutamente por lo
articulado.)
(…)
¡Saluda
a Max Frisch!
Tuyo
Paul
¿Vienes
a Wuppertal a fines de octubre?
(pp.
137-140)
*
* * * *
Paul
Celan a Ingeborg Bachmann, París, 12 de noviembre de 1959
Te
escribí el 17 de octubre, Ingeborg, te escribí por necesidad. EL 23
de octubre, al no haber recibido todavía ninguna respuesta, le
escribí, también por necesidad, a Max Frisch. Después, como la
necesidad perduraba, intenté llamarlos por teléfono, varias veces.
En vano.
Habías
ido —lo supe por los diarios— al encuentro del Grupo 47 y
cosechaste un gran éxito con un relato que se llama “Todo”.
Esta
mañana llegó tu carta, esta tarde la carta de Max Frisch. Lo que tú
me has escrito, Ingeborg, lo sabes.
Lo
que Max Frisch me ha escrito también lo sabes.
Sabes
también —o más bien: supiste alguna vez— lo que he intentado
decir en la “Fuga de la muerte”. Sabes —no, sabías, por eso
tengo que recordártelo ahora— que la “Fuga de la muerte” para
mí también es lo siguiente: un epitafio y una tumba. Quien escribe
sobre la “Fuga de la muerte” lo que
el tal Blöcker ha escrito sobre ella, profana las tumbas.
También
mi madre tiene sólo esa
tumba.
Max
Frisch sospecha que soy vanidoso y ambicioso; responde a mi línea de
urgencia —sí, no era más que una línea: ¡cuánto creía
(insensatamente) poder presuponer— con diversas salidas y
conjeturas relativas a distintos problemas del “escritor”,
relativas, por ejemplo, a “nuestro comportamiento frente a la
crítica literaria en general”. No, aunque supongo que Max Frisch
conserva un duplicado de su carta (yo también escribo ahora por
duplicado…), tengo que ciar aquí una frase más: “Porque si en
su ira llegara a haber aunque más no fuera una chispa de eso / se
refiere a los “impulsos de vanidad y de ambición ofendida” /, la
invocación de los campos de la muerte sería, me parece, ilícita y
monstruosa”. Eso escribe Max Frisch.
Tú,
Ingeborg, me ofreces el vano consuelo de mi “fama”.
Por
difícil que me resulte, Ingeborg, y me resulta difícil, tengo que
pedirte ahora que me
escribas, que no me llames, que no me mandes libros; no ahora, no en
los próximos meses: por un tiempo largo. Y el mismo pedido le
dirijo, por tu intermedio, a Max Frisch. Y, por
favor, no me pongan en la situación de tener
que devolverles las cartas.
Aunque
me vienen a la mente algunas cosas más, no prolongaré esta carta.
Tengo
que pensar en mi madre.
Tengo
que pensar en Gisèle y en el niño.
¡Te
deseo mucha suerte de corazón, Ingeborg! ¡Adiós!
Paul
(pp.
148-149)
*
* * * *
Ingeborg
Bachmann a Paul Celan, Zúrich, 18 de noviembre de 1959
Mediodía
del miércoles
Acaba
de llegar tu carta expresa, Paúl, gracias a Dios. Se puede volver a
respirar. Ayer traté de escribirle e Gisèle en mi desesperación,
la carta está ahí, sin terminar; no quisiera trastornarla, pero sí
pedirle ahora encarecidamente a través de ti un sentimiento
fraternal, que pueda traducirte mi urgencia, el conflicto, también
mi falta de libertad en la carta, que era mala, lo sé, que no podía
vivir.
Los
últimos días aquí, desde tu carta… Fue espantoso, un
tembladeral, al borde de la ruptura, ahora cada uno le ha inferido al
otro tantas heridas. Pero no puedo ni debo hablar aquí.
De
nosotros tengo que
hablar. No puede ser que tú y yo volvamos a desencontrarnos, me
destruiría. Dices que ya no estoy contigo sino… ¡en la
literatura! Pero, por favor, ¿qué idea descabellada es ésa? Estoy
donde estoy siempre, sólo que muchas veces estoy a punto de
acobardarme, a punto de derrumbarme por el peso. Aunque sea una sola
persona, es difícil cargar con alguien a quien aíslan la
autodestrucción y la enfermedad. Tengo que poder más aún, lo sé,
y podré.
Voy
a escucharte, pero ayúdame tú también escuchándome. Te envío
ahora el telegrama con el número y ruego que encontremos las
palabras
Ingeborg
(p.
150)
*
* * * *
Ingeborg
Bachmann a Paul Celan. Zurich,
después del 27 de septiembre de 1961, no enviada
Querido
Paul,
Hablamos
por teléfono hace unos minutos. Pero de todas formas permíteme
traar de responder primero a tu carta. No sé si son malentendidos lo
que h surgido entre nosotros o algo que requiera una aclaración. Yo
lo siento de otra manera: irrupciones de silencio, ausencia de la
menor reacción, algo que me vuelve impotente porque solamente puedo
plantear conjeturas con las que necesariamente me equivoco, y luego
vuelvo a saber de ti, como ahora, a saber lo mal que estás, y sigo
tan impotente como en el silencio y no sé cómo salir ni cómo
alguna vez podré volver a ser contigo un persona vital y viva. A
veces también sé con mucha claridad las razones, algunas cosas,
episodios de los peores momentos del año pasado, que no entiendo,
que sigo sin entender hasta hoy y que me esfuerzo por olvidar porque
no quiero percatarme de ellos, porque no quisiera que los hubieras
hecho, dicho, escrito. También ahora quedé otra vez espantada
cuando me dijiste por teléfono que tnías que retractarte de algo,
en verdad no sé a qué te refieres, pero ya me da miedo otra vez, no
tanto porque algo pudiera amargarme como porque percibo cuánto me
desanima con respecto a la amistad, en una amistad que vaya más allá
de la compasión y de los deseos de que todo cambie para mejor en tu
vida. Estos sentimientos me parecen demasiado poco, y también para
ti tienen que serlo.
Querido
Paul, quizá otra vez éste no sea el momento adecuado para decirte
algunas cosas que no son fáciles de decir, peor en verdad no hay
momento adecuado, si no ya tendría que haberme resuelto a hacerlo.
Creo realmente que la mayor desgracia está en ti mismo. Lo
lamentable que viene de afuera —y no es necesario que me asegures
que es cierto, porque yo ya lo sé en buena medida— es un veneno,
es cierto, pero es posible superarlo, tiene que ser posible
superarlo. Ahora sólo puede depender de ti enfrentarlo
adecuadamente, ya ves que todas las declaraciones, cada defensa, por
adecuada que haya sido, no ha disminuido la desdicha en ti, cuando te
oigo hablar me parece que todo está como estaba hace un año, que
para ti no valen nada los esfuerzos que ha hecho mucha gente, que lo
único que vale es lo otro, la suciedad, la malicia, la necedad.
También pierdes amigos porque la gente siente que para ti vale
menos, que tampoco su oposición vale donde a ellos les parece
necesaria. La oposición fácilmente resulta más desdichada que el
acuerdo, pero a veces realmente es más útil, aunque más no sea
porque después uno encuentra para sí mismo dónde está el error,
mejor que los otros. Pero dejemos a los otros.
De
las muchas injusticias y ofensas a las que he estado expuesta hasta
ahora, las peores son siempre las que me has inferido tú, también
porque no puedo contestar con el desprecio o la indiferencia, porque
no me puedo proteger, porque lo que siento por ti sigue siendo
demasiado fuerte y me vuelve indefensa. Sin duda para ti se trata
ahora en primer lugar de otras cosas, pero para mí, para que pueda
tratarse de ellas, se trata en primer lugar de nuestra relación,
para que sea posible discutir lo otro. Dices que no quieres
perdernos, y para mí yo lo traduzco como “no quiero perderte”
porque esta relación superficial con Max ‒sin mí probablemente
jamás se hubieran conocido, o en otras condiciones, a las que les
doy más chances que a las condiciones generadas por mí‒ asi que
digamos honestamente, para no perdernos uno al otro. Y lo que yo me
pregunto es justamente quién soy para ti, ¿quién, después de
tantos años? Un fantasma, o una realidad que ya no se corresponde
con un fantasma. Porque para mí han ocurrido muchas cosas y yo
quisiera ser el que soy, hoy ¿y tú me percibes hoy? Eso es
justamente lo que no sé, y me desespera. Durante un tiempo, después
de reencontrarnos en Wuppertal, creí en este hoy, te confirmé y me
confirmaste en una nueva vida, así me pareció, te acepté, no sólo
con Gisèle sino también con nuevos movimientos, con nuevos
sufrimientos y posibilidades de felicidad que te llegaron después de
nuestra época.
Una
vez me preguntaste qué pienso de la crítica de Blöcker. Ahora me
felicitas por mi libro, o libros, y yo no sé si eso incluye la
crítica de Blöcker, todas las otras críticas, ¿o piensas que una
frase en tu contra significa más que treinta frases en mi contra?
¿Realmente piensas eso? ¿Y realmente piensas que una publicación
que me hostiga desde que existe, como el Forum,
se justifica porque se digna defenderte?
Querido, no suelo quejarme ante nadie, por las bajezas, pero las
recuerdo cuando la gente que es capaz de cometerlas de pronto te
invoca. No tienes por qué malinterpretarme.
Puedo
soportar todo con toda serenidad, en el peor de los casos con un
arrebato ocasional. No se me ocurriría pedirle ayuda a nadie,
tampoco a ti, porque me siento más fuerte.
No
me quejo. Sin saberlo he sabido que este camino que quería tomar,
que he tomado, no está orlado de rosas.
Dices
que te arruinan el gusto por tus traducciones. Querido Paul, eso es
quizás lo único que ponía un poco en duda, quiero decir, no tus
relatos sino sus efectos, pero ahora te creo absolutamente, porque a
mí también me han hecho sentir su malignidad los traductores
profesionales, con cuya intromisión la verdad es que no contaba. Se
divierten hablando de mis supuestos errores, gent que sabe menos
italiano, lo cual no me ofendería, y otros que tal vez saben más
italiano, pero en todo caso gente que no tiene idea de cómo tendría
que ser un poema en alemán. Entiendes: te creo, todo, todo. Pero lo
que no creo es que el chisme, la crítica se limiten a ti, porque
tranquilamente podría creer que se limitan a mí. Y podría
demostrarte que es así, como tú puedes demostrármelo a mí.
Lo
que no puedo es demostrártelo cabalmente, porque tiro los anónimos
y otros trozos de papel porque creo que soy más fuerte que esos
trozos de papel, y quiero que tú seas más fuerte que esos trozos de
papel que no significan nada de nada.
Pero
tú, tú no quieres darte cuenta de que eso no significa nada, tú
quieres que sea más fuerte, quieres que te entierre.
Ésa
es tu desgracia, que considero más fuerte que la desgracia que te
ocurre. Quieres ser la víctima, pero depende de ti no serlo, y no
puedo evitar pensar en el libro que escribió Szondi, en el epígrafe,
que me conmovió porque tuve que pensar en ti. Es cierto, vendrá,
viene, vendrá ahora de afuera, pero tú no lo apruebas. Y ésa es la
cuestión: si tú lo apruebas, si lo aceptas. Pero ésa es tu
historia, y no será mi historia si te dejas avasallar por eso. Si lo
consientes. Lo consientes. Eso no te lo dejo pasar. Lo consientes y
así le allanas el camino. Quieres ser el que naufraga por eso, pero
yo no puedo aprobarlo porque es algo que tú puedes cambiar. Quieres
que ellos sean culpables de ti, y yo no podré impedir que [tú] lo
quieras. Entiéndeme por una vez, desde [ilegible]:
no creo que el mundo pueda cambiar, pero nosotros sí podemos, y mi
deseo es que tú puedas hacerlo. Concentra tu fuerza en eso, no es el
barrendero quien puede hacer[lo], sino tú, únicamente tú. Dirás
que pido demasiado de ti para ti. Y es cierto. (Pero también lo pido
de mí para mí, por eso me atrevo a decírtelo). No se puede pedir
otra cosa. No podré cumplirlo del todo y tú no podrás cumplirlo
del todo, pero en el camino hacia allí será mucho lo que
desaparezca.
A
menudo me amargo mucho cuando pienso en ti, y a veces no me perdono
no odiarte, por ese poema, esa acusación de asesinato que has
escrito. ¿Alguna vez una persona que amas, un inocente, te ha
acusado de asesinato? No te odio, eso es lo demencial, y sin embargo
por si alguna vez se corrige y mejora algo: intenta en ese caso
comenzar por aquí también, responderme, no con una respuesta, no
por escrito sino en los sentimientos, en tus actos. Como en algunas
cosas más, no espero una respuesta, una disculpa, porque no hay
disculpa suficiente y yo tampoco podría aceptarla. Espero que [al]
ayudarme te ayudes a ti mismo, tú a ti.
Te
he dicho que la tienes muy fácil conmigo, pero por muy cierto que
sea, también es cierto que conmigo la tendrás más difícil que con
cualquier otro. Me pone feliz verte venir a mi encuentro en el Hôtel
du Louvre, cuando estás alegre y liberado, me olvido de todo y me
pone contenta que estés alegre, que puedas estarlo. Pienso mucho en
Gisèle, aun cuando no me está dado expresarlo, y menos ante ella,
pero realmente pienso en ella y la admiro por una grandeza y una
firmeza que tú no tienes. Tendrás que perdonármelo, pero creo que
su negación de sí misma, su bello orgullo y su paciencia valen más
para mí que tus quejas.
Tú
le bastas en tu desgracia, pero ella jamás te bastaría en una
desgracia. Yo pido que a un hombre le alcance con que yo lo confirme,
pero a ella tú no se lo permites, qué injusticia.
1Se
refiere al ciclo de cinco conferencias que Bachmann impartió en
1959 en la Universidad de Fráncfort. Esta conferencias, en
principio no destinadas para su publicación, pueden encontrarse en
Literatura como utopía, Valencia, Pre-Textos, 2012.