jueves, 31 de enero de 2013

Tiempo del corazón, Correspondencia Bachmann-Celan

 




Paul Celan a Ingeborg Bachmann, Fráncfort del Meno, 9 de diciembre de 1957

Fráncfort, lunes por la noche

Ingeborg, mi querida Ingeborg:
Después volví a mirar desde el tren, tú también te habías dado la vuelta, pero yo ya estaba demasiado lejos.
Después vino el nudo en la garganta, feroz.
Y luego, cuando volví al compartimento, sucedió algo muy extraño. Fue tan extraño que me entregué, durante todo un trayecto (…)

Entonces: volví al compartimento y tomé tus poemas de la cartera. Para mí fue como ahogarse en lo totalmente claro y transparente.

Cuando levanté la vista, noté que la joven que tenía el asiento de la ventanilla sacaba Akzente, el último número, y comenzaba a hojearlo. Estuvo pasando hojas y hojas, mi mirada, que podía seguir esa hojeada, sabía que vendrían tus poemas y tu nombre. Y vinieron, y la mano que pasaba las hojas se detuvo. Y vi que ya no hojeaba más, que los ojos leían, una y otra vez. Una y otra vez. Me sentí tan agradecido. Luego pensé por un instante que podría tratarse de alguien que te había escuchado en alguno lectura, que te había vito y reconocido.

Y entonces quise saberlo. Y pregunté. Y dije que la de antes era tú.

E invité a la dama —una joven escritora que había llevado un manuscrito a Desh, en Múnich, y que también escribe poemas, según contó— a una taza de café. Y entonces me dijo cuánto te admira.

Estoy seguro de que no dije nada imprudente, Ingeborg, pero ella probablemente ya lo había adivinado, es que fue un acontecimiento para ella.

Luego le regalé mis dos libros de poemas y le pedí que los leyera cuando yo me hubiera bajado del tren.

Era una mujer joven, de unos 35 años, ahora sin duda está al tanto, pero no creo que lo divulgue. Realmente no lo creo. No te enojes, Ingeborg, por favor no te enojes.

Fue tan extraño, tan de nuestro mundo. La persona a la que se lo debo tenía derecho a saber a quién tenía enfrente. Dime algo al respecto, una palabra... ¡por favor! (…)

Tengo que volver a verte, Ingeborg, porque te quiero
Paul

(pp. 88-89)
* * * * *





Ingeborg Bachmann a Paul Celan, Uetikon am See, 5 de agosto de 1959

Mi querido Paul:

Es tanto lo que quiero responderte; empiezo por el final. Como en Roma la cosa iba tan mal, me fui de repente, a Scuol, y luego vi que era lo correcto, y ahora Max [Frisch, entonces su compañero] y yo estamos otra vez en Uetikon.

Me alegra que se hayan visto una vez más, pero ¡cuánto me hubiera gustado estar yo también! Después de ustedes enseguida empezó en gran frío en la Engadina, la encontré ya otoñal, casi invernal, en los pasos había nieve reciente. Pero cuando el tiempo mejore quizás vayamos otra vez por unos días a Sils Maria, y entonces haré el camino que me mencionaste en tu última carta. (…)

(…) Hablas de las concesiones que ya hacemos todos, eso es lo que más me ha afectado porque he tenido muy poco esa sensación con respecto a mí hasta ahora: para mí la concesión empieza con Fránfort1, porque temo hacer algo que jamás quise hacer y ahora estoy buscando una salida. Como es casi imposible cancelarlo, voy a intentar enfrentar el peligro que veo evitando explayarme sobre cuestiones literarias, evitando hablar “sobre”, para no agregar más palabrerío al palabrerío.

(…)

Hoy me llamó el señor Neske, por la colaboración para la edición en homenaje a Heidegger, y tengo que preguntarte algo al respecto porque para mí forma parte de la concesión. Por favor, dame una breve respuesta si puedes, no sé qué hacer. Hace años escribí un trabajo crítico sobre Heidegger, y aunque no le doy importancia a ese ejercicio de aplicación obligatorio, jamás cambié mi postura respecto a Heidegger, su error político sigue estando para mí fuera de toda discusión, también sigo viendo que el punto débil está en su pensamiento, en su obra, y al mismo tiempo también sé, porque realmente conozco su obra, qué importancia y qué nivel tiene esa obra, frente a la cual mi posición nunca será sino crítica. A eso se suma además que si por fin se hace la edición alemana de Wittgenstein, me gustaría hacer la introducción, y en caso de no hacerla será porque temo que mi capacidad no sea suficiente, pero sería una necesidad sincera.

Hace mucho tiempo que sé que me piden una colaboración para el homenaje, y también quería entregarla, me alegró enterarme de que Heidegger conoce mis poemas, pero la vacilación no confesada desde mace meses ahora es confesa. (Si le digo que no a Neske, será sin explicaciones, porque no quisiera un parloteo innecesario, ni ofensas, solamente quisiera comportarme correctamente ante mí misma y preguntarte. Y sobre todo no quisiera confundirte a ti, por tu aceptación, porque no hay un comportamiento esquemáticamente correcto; eso significaría privarnos de toda vitalidad.)

Te vuelvo a escribir pronto. Pienso mucho en ti.
Tuya
Ingeborg.
(pp. 134-137)

* * * * *

Paul Celan a Ingeborg Bachmann, París, 10 de agosto de 1959

No es fácil responder a tus preguntas, pero voy a intentarlo, ahora mismo.

Sobre el homenaje a Heidegger: Neske me escribió hace unos días, la carta tiene una lista adjunta, yo estoy en esa lista sin haber sido consultado, es decir, sin que Neske, a quien hace un año le dije que si me comunicaba primero los nombres de los otros participantes yo también pensaría en una colaboración, haya cumplido su promesa. Es decir que no lo hizo; más bien, yo estoy (y eso tiene sin duda sus razones —bastante baratas—) en esa lista y ahora resulta que debo Mandra mi poema lo antes posible… Ése es entonces el contexto, y ese contexto me da que pensar también en otro sentido. De modo que no voy a mandar nada. Pero así Neske me lo ha hecho fácil, seguramente no por casualidad. Veo también que no está Martin Buber, de quien Neske en su momento me dijo que también había prometido una colaboración. Hasta ahí lo inmediato. Queda Heidegger. Sin duda yo soy el último, tú lo sabes, que puede mirar para otro lado con respecto al discurso del rectorado de Friburgo y algunas cosas más; pero también me digo, sobre todo ahora que tengo mis experiencias sumamente concretas con antinazis tan patentados como Böll o Andersch, que aquel que tiene sus errores atragantados, que no hace como si jamás hubiera fallado, que no disimula la mácula que lleva adherida, es mejor que aquel que se ha instalado en la intachabilidad que mostró en su momento (tengo que preguntarme, y tengo razones para hacerlo: ¿realmente y en todas sus partes fue intachabilidad?) con toda comodidad y lucro, con tanta comodidad que puede permitirse aquí y ahora —claro que sólo “en privado” y no en público, porque eso daña el prestigio, como se sabe— las bajezas más notorias. En otras palabras: puedo decirme que Heidegger tal vez comprendió algunas cosas; veo cuánta infamia hay en un Andersch o un Böll; veo, además, que el señor Schnbel, “por una parte”, escribe un libro sobre Ana Frank y con generosidad insoslayable dona los honorarios de ese libro para no sé qué fines de reparación; y que el mismo señor Schanabel. “por otra parte”, le otorga un premio al señor Von Rezzori por su libro, que sabe presentar (¡en qué contexto!) de un modo tan bonito y tan divertido, y tan chistoso, ¿no?,) todo el antisemitismo “pre-nazi”, vale aclarar (y luego, cuando yo lo reconvengo —¿pero porque tengo que ser tan luego yo cuando se trata de este tema? —, se muestra enormemente vulnerado por la “forma” en la que lo hice).

Esto, mi querida Ingeborg, es lo que veo, es lo que veo hoy.

Y ahora tu lectorado en Fráncfort: yo tenía, tengo —y no estaría bien no decírtelo— verdaderos reparos. Dejando de lado que así el gremio (y no solamente él) “se adorna” con la poesía, por decirlo de algún modo —y perdona, pero es que eso forma parte del pavoneo de Alemania Federal, de esa manera “somos” tan refinados como en Oxford—; dejando de lado que al deleitar el ánimo con el poema (porque se tiene un programa, y de ese programa también forma parte, como todos confirman, también un “tercer canal”) se demuestra perfectamente la “capacidad” de ese ánimo; dejando de lado todo eso (y alguna otra cosa más), no creo para nada que la poética pueda ayudar a la poesía a llegar al lugar hacia el que se puso en marcha bajo nuestros cielos sombríos. Pero, y no es que lo diga porque ya no puedes cancelar todo el asunto, pero: inténtalo de todos modos, hazlo. Algo que tal vez por ahora no ves con total claridad, una pequeña invisibilidad, un tartamudeo ocular ante lo supuestamente clarísimo, te ayudará sin duda a realizar alguna que otra comunicación real. (Observación al margen: yo estoy absolutamente por lo articulado.)

(…)

¡Saluda a Max Frisch!
Tuyo
Paul

¿Vienes a Wuppertal a fines de octubre?

(pp. 137-140)

* * * * * 



 
Paul Celan a Ingeborg Bachmann, París, 12 de noviembre de 1959

Te escribí el 17 de octubre, Ingeborg, te escribí por necesidad. EL 23 de octubre, al no haber recibido todavía ninguna respuesta, le escribí, también por necesidad, a Max Frisch. Después, como la necesidad perduraba, intenté llamarlos por teléfono, varias veces. En vano.

Habías ido —lo supe por los diarios— al encuentro del Grupo 47 y cosechaste un gran éxito con un relato que se llama “Todo”.

Esta mañana llegó tu carta, esta tarde la carta de Max Frisch. Lo que tú me has escrito, Ingeborg, lo sabes.

Lo que Max Frisch me ha escrito también lo sabes.

Sabes también —o más bien: supiste alguna vez— lo que he intentado decir en la “Fuga de la muerte”. Sabes —no, sabías, por eso tengo que recordártelo ahora— que la “Fuga de la muerte” para mí también es lo siguiente: un epitafio y una tumba. Quien escribe sobre la “Fuga de la muerte” lo que el tal Blöcker ha escrito sobre ella, profana las tumbas.

También mi madre tiene sólo esa tumba.

Max Frisch sospecha que soy vanidoso y ambicioso; responde a mi línea de urgencia —sí, no era más que una línea: ¡cuánto creía (insensatamente) poder presuponer— con diversas salidas y conjeturas relativas a distintos problemas del “escritor”, relativas, por ejemplo, a “nuestro comportamiento frente a la crítica literaria en general”. No, aunque supongo que Max Frisch conserva un duplicado de su carta (yo también escribo ahora por duplicado…), tengo que ciar aquí una frase más: “Porque si en su ira llegara a haber aunque más no fuera una chispa de eso / se refiere a los “impulsos de vanidad y de ambición ofendida” /, la invocación de los campos de la muerte sería, me parece, ilícita y monstruosa”. Eso escribe Max Frisch.

Tú, Ingeborg, me ofreces el vano consuelo de mi “fama”.

Por difícil que me resulte, Ingeborg, y me resulta difícil, tengo que pedirte ahora que me escribas, que no me llames, que no me mandes libros; no ahora, no en los próximos meses: por un tiempo largo. Y el mismo pedido le dirijo, por tu intermedio, a Max Frisch. Y, por favor, no me pongan en la situación de tener que devolverles las cartas.

Aunque me vienen a la mente algunas cosas más, no prolongaré esta carta.

Tengo que pensar en mi madre.

Tengo que pensar en Gisèle y en el niño.

¡Te deseo mucha suerte de corazón, Ingeborg! ¡Adiós!

Paul

(pp. 148-149)

* * * * *

Ingeborg Bachmann a Paul Celan, Zúrich, 18 de noviembre de 1959

Mediodía del miércoles

Acaba de llegar tu carta expresa, Paúl, gracias a Dios. Se puede volver a respirar. Ayer traté de escribirle e Gisèle en mi desesperación, la carta está ahí, sin terminar; no quisiera trastornarla, pero sí pedirle ahora encarecidamente a través de ti un sentimiento fraternal, que pueda traducirte mi urgencia, el conflicto, también mi falta de libertad en la carta, que era mala, lo sé, que no podía vivir.

Los últimos días aquí, desde tu carta… Fue espantoso, un tembladeral, al borde de la ruptura, ahora cada uno le ha inferido al otro tantas heridas. Pero no puedo ni debo hablar aquí.

De nosotros tengo que hablar. No puede ser que tú y yo volvamos a desencontrarnos, me destruiría. Dices que ya no estoy contigo sino… ¡en la literatura! Pero, por favor, ¿qué idea descabellada es ésa? Estoy donde estoy siempre, sólo que muchas veces estoy a punto de acobardarme, a punto de derrumbarme por el peso. Aunque sea una sola persona, es difícil cargar con alguien a quien aíslan la autodestrucción y la enfermedad. Tengo que poder más aún, lo sé, y podré.

Voy a escucharte, pero ayúdame tú también escuchándome. Te envío ahora el telegrama con el número y ruego que encontremos las palabras

Ingeborg

(p. 150)

* * * * *




Ingeborg Bachmann a Paul Celan. Zurich, después del 27 de septiembre de 1961, no enviada

Querido Paul,

Hablamos por teléfono hace unos minutos. Pero de todas formas permíteme traar de responder primero a tu carta. No sé si son malentendidos lo que h surgido entre nosotros o algo que requiera una aclaración. Yo lo siento de otra manera: irrupciones de silencio, ausencia de la menor reacción, algo que me vuelve impotente porque solamente puedo plantear conjeturas con las que necesariamente me equivoco, y luego vuelvo a saber de ti, como ahora, a saber lo mal que estás, y sigo tan impotente como en el silencio y no sé cómo salir ni cómo alguna vez podré volver a ser contigo un persona vital y viva. A veces también sé con mucha claridad las razones, algunas cosas, episodios de los peores momentos del año pasado, que no entiendo, que sigo sin entender hasta hoy y que me esfuerzo por olvidar porque no quiero percatarme de ellos, porque no quisiera que los hubieras hecho, dicho, escrito. También ahora quedé otra vez espantada cuando me dijiste por teléfono que tnías que retractarte de algo, en verdad no sé a qué te refieres, pero ya me da miedo otra vez, no tanto porque algo pudiera amargarme como porque percibo cuánto me desanima con respecto a la amistad, en una amistad que vaya más allá de la compasión y de los deseos de que todo cambie para mejor en tu vida. Estos sentimientos me parecen demasiado poco, y también para ti tienen que serlo.

Querido Paul, quizá otra vez éste no sea el momento adecuado para decirte algunas cosas que no son fáciles de decir, peor en verdad no hay momento adecuado, si no ya tendría que haberme resuelto a hacerlo. Creo realmente que la mayor desgracia está en ti mismo. Lo lamentable que viene de afuera —y no es necesario que me asegures que es cierto, porque yo ya lo sé en buena medida— es un veneno, es cierto, pero es posible superarlo, tiene que ser posible superarlo. Ahora sólo puede depender de ti enfrentarlo adecuadamente, ya ves que todas las declaraciones, cada defensa, por adecuada que haya sido, no ha disminuido la desdicha en ti, cuando te oigo hablar me parece que todo está como estaba hace un año, que para ti no valen nada los esfuerzos que ha hecho mucha gente, que lo único que vale es lo otro, la suciedad, la malicia, la necedad. También pierdes amigos porque la gente siente que para ti vale menos, que tampoco su oposición vale donde a ellos les parece necesaria. La oposición fácilmente resulta más desdichada que el acuerdo, pero a veces realmente es más útil, aunque más no sea porque después uno encuentra para sí mismo dónde está el error, mejor que los otros. Pero dejemos a los otros.

De las muchas injusticias y ofensas a las que he estado expuesta hasta ahora, las peores son siempre las que me has inferido tú, también porque no puedo contestar con el desprecio o la indiferencia, porque no me puedo proteger, porque lo que siento por ti sigue siendo demasiado fuerte y me vuelve indefensa. Sin duda para ti se trata ahora en primer lugar de otras cosas, pero para mí, para que pueda tratarse de ellas, se trata en primer lugar de nuestra relación, para que sea posible discutir lo otro. Dices que no quieres perdernos, y para mí yo lo traduzco como “no quiero perderte” porque esta relación superficial con Max ‒sin mí probablemente jamás se hubieran conocido, o en otras condiciones, a las que les doy más chances que a las condiciones generadas por mí‒ asi que digamos honestamente, para no perdernos uno al otro. Y lo que yo me pregunto es justamente quién soy para ti, ¿quién, después de tantos años? Un fantasma, o una realidad que ya no se corresponde con un fantasma. Porque para mí han ocurrido muchas cosas y yo quisiera ser el que soy, hoy ¿y tú me percibes hoy? Eso es justamente lo que no sé, y me desespera. Durante un tiempo, después de reencontrarnos en Wuppertal, creí en este hoy, te confirmé y me confirmaste en una nueva vida, así me pareció, te acepté, no sólo con Gisèle sino también con nuevos movimientos, con nuevos sufrimientos y posibilidades de felicidad que te llegaron después de nuestra época.

Una vez me preguntaste qué pienso de la crítica de Blöcker. Ahora me felicitas por mi libro, o libros, y yo no sé si eso incluye la crítica de Blöcker, todas las otras críticas, ¿o piensas que una frase en tu contra significa más que treinta frases en mi contra? ¿Realmente piensas eso? ¿Y realmente piensas que una publicación que me hostiga desde que existe, como el Forum, se justifica porque se digna defenderte? Querido, no suelo quejarme ante nadie, por las bajezas, pero las recuerdo cuando la gente que es capaz de cometerlas de pronto te invoca. No tienes por qué malinterpretarme.

Puedo soportar todo con toda serenidad, en el peor de los casos con un arrebato ocasional. No se me ocurriría pedirle ayuda a nadie, tampoco a ti, porque me siento más fuerte.

No me quejo. Sin saberlo he sabido que este camino que quería tomar, que he tomado, no está orlado de rosas.

Dices que te arruinan el gusto por tus traducciones. Querido Paul, eso es quizás lo único que ponía un poco en duda, quiero decir, no tus relatos sino sus efectos, pero ahora te creo absolutamente, porque a mí también me han hecho sentir su malignidad los traductores profesionales, con cuya intromisión la verdad es que no contaba. Se divierten hablando de mis supuestos errores, gent que sabe menos italiano, lo cual no me ofendería, y otros que tal vez saben más italiano, pero en todo caso gente que no tiene idea de cómo tendría que ser un poema en alemán. Entiendes: te creo, todo, todo. Pero lo que no creo es que el chisme, la crítica se limiten a ti, porque tranquilamente podría creer que se limitan a mí. Y podría demostrarte que es así, como tú puedes demostrármelo a mí.

Lo que no puedo es demostrártelo cabalmente, porque tiro los anónimos y otros trozos de papel porque creo que soy más fuerte que esos trozos de papel, y quiero que tú seas más fuerte que esos trozos de papel que no significan nada de nada.

Pero tú, tú no quieres darte cuenta de que eso no significa nada, tú quieres que sea más fuerte, quieres que te entierre.

Ésa es tu desgracia, que considero más fuerte que la desgracia que te ocurre. Quieres ser la víctima, pero depende de ti no serlo, y no puedo evitar pensar en el libro que escribió Szondi, en el epígrafe, que me conmovió porque tuve que pensar en ti. Es cierto, vendrá, viene, vendrá ahora de afuera, pero tú no lo apruebas. Y ésa es la cuestión: si tú lo apruebas, si lo aceptas. Pero ésa es tu historia, y no será mi historia si te dejas avasallar por eso. Si lo consientes. Lo consientes. Eso no te lo dejo pasar. Lo consientes y así le allanas el camino. Quieres ser el que naufraga por eso, pero yo no puedo aprobarlo porque es algo que tú puedes cambiar. Quieres que ellos sean culpables de ti, y yo no podré impedir que [tú] lo quieras. Entiéndeme por una vez, desde [ilegible]: no creo que el mundo pueda cambiar, pero nosotros sí podemos, y mi deseo es que tú puedas hacerlo. Concentra tu fuerza en eso, no es el barrendero quien puede hacer[lo], sino tú, únicamente tú. Dirás que pido demasiado de ti para ti. Y es cierto. (Pero también lo pido de mí para mí, por eso me atrevo a decírtelo). No se puede pedir otra cosa. No podré cumplirlo del todo y tú no podrás cumplirlo del todo, pero en el camino hacia allí será mucho lo que desaparezca.

A menudo me amargo mucho cuando pienso en ti, y a veces no me perdono no odiarte, por ese poema, esa acusación de asesinato que has escrito. ¿Alguna vez una persona que amas, un inocente, te ha acusado de asesinato? No te odio, eso es lo demencial, y sin embargo por si alguna vez se corrige y mejora algo: intenta en ese caso comenzar por aquí también, responderme, no con una respuesta, no por escrito sino en los sentimientos, en tus actos. Como en algunas cosas más, no espero una respuesta, una disculpa, porque no hay disculpa suficiente y yo tampoco podría aceptarla. Espero que [al] ayudarme te ayudes a ti mismo, tú a ti.

Te he dicho que la tienes muy fácil conmigo, pero por muy cierto que sea, también es cierto que conmigo la tendrás más difícil que con cualquier otro. Me pone feliz verte venir a mi encuentro en el Hôtel du Louvre, cuando estás alegre y liberado, me olvido de todo y me pone contenta que estés alegre, que puedas estarlo. Pienso mucho en Gisèle, aun cuando no me está dado expresarlo, y menos ante ella, pero realmente pienso en ella y la admiro por una grandeza y una firmeza que tú no tienes. Tendrás que perdonármelo, pero creo que su negación de sí misma, su bello orgullo y su paciencia valen más para mí que tus quejas.

Tú le bastas en tu desgracia, pero ella jamás te bastaría en una desgracia. Yo pido que a un hombre le alcance con que yo lo confirme, pero a ella tú no se lo permites, qué injusticia.

1Se refiere al ciclo de cinco conferencias que Bachmann impartió en 1959 en la Universidad de Fráncfort. Esta conferencias, en principio no destinadas para su publicación, pueden encontrarse en Literatura como utopía, Valencia, Pre-Textos, 2012.

No hay comentarios:

Publicar un comentario